Nicole VanderHeyden, conocida por todos como Nikki, tenía 31 años, una sonrisa luminosa y una vida construida con esfuerzo. Era madre de tres hijos, profesora de ciencias en un instituto de Wisconsin y alguien que, pese a las dificultades de la vida, intentaba siempre mirar hacia delante. Amaba la naturaleza, su trabajo y a su familia. En mayo de 2016, su rutina dio un giro inesperado: Nikki desapareció tras una noche con amigos. Horas después, su cuerpo apareció en un campo, brutalmente golpeado. El crimen sacudió a Green Bay.
Su pareja, Doug Detrie, fue la primera persona en la que pensó la policía. Estaba con ella aquella noche. Tuvieron una discusión. Doug se fue antes que ella. Todo encajaba... o eso parecía. Doug fue detenido. Y durante semanas, todos pensaron que el caso estaba resuelto. Pero no lo estaba. Las pruebas, cuando se examinaron con detalle, lo exculpaban. No había sangre, ni restos, ni contradicciones claras. Solo una historia turbia y muchas incógnitas.
Mientras tanto, los verdaderos indicios llevaban a un nombre: George Steven Burch. Un hombre con antecedentes, sin conexión directa con Nikki, pero con una señal imposible de ignorar: su ADN estaba en el cuerpo de la víctima. También estaba en su cinturón, en su ropa. Su móvil, según los registros, lo situaba en los mismos lugares que Nikki aquella noche. Fue la tecnología la que acabó derribando la primera teoría de la policía.
Este episodio de Laberinto Criminal nos sumerge en un caso que fue cerrado con rapidez, pero que tuvo que reabrirse cuando la verdad llamó a la puerta con más fuerza que las suposiciones. Una investigación mal orientada, una familia rota por la pérdida y un giro inesperado que lo cambió todo.
El juicio contra Burch fue tenso. Él ofreció una versión rocambolesca: que había visto a Doug matar a Nikki y que él solo se deshizo del cuerpo por miedo. Pero las pruebas, una vez más, hablaron por sí solas. En 2018, fue declarado culpable y condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Nikki murió a manos de un desconocido. Pero su historia nos recuerda hasta qué punto la primera impresión puede ser peligrosa en una investigación. Y cómo, cuando el foco se pone sobre la persona equivocada, la verdad puede quedar enterrada bajo capas de prejuicios, errores y urgencia por cerrar un caso.
Hoy, en Laberinto Criminal, te contamos el caso de Nikki VanderHeyden.
Una desaparición en una noche cualquiera. Una escena brutal.
Y una justicia que tardó demasiado en mirar en la dirección correcta.