¡No sabes cuánto te amo! Lo sentí desde que llegaste a mi grupo de catequesis. Intempestivamente te presentaste a leer tus poemas, uno tras otro, los fuiste leyendo con tal exaltación y fuerza que me tocaste el alma. Desapareciste sin decir adiós, pero no te olvidé. Me presenté en tu vida como tú en la mía, usando la palabra. Una carta te llegó en el retiro espiritual en el que estabas. Era yo. Me acerqué a tu introspección, toqué tu alma sin que lo supieras y nuestros caminos se entrelazaron en el aire.

Se burlaban de mi desde niño porque tengo una pierna más corta que la otra. Soy un niño cojo al que todos traen de encargo. Soy el que hace los mandados. El apestado. Aquel con quien nadie se quiere juntar. Pero algo sorprendente pasó.

Ya ni me acuerdo del pueblo en que crecí. La señora me mandó a traer después de que se la robaron para traérsela a este pueblo. Desde entonces estoy con ella, aquí me he hallado. Hago los mandados, ayudo a hacer la comida, me encargo del quehacer y le doy de comer a los caballos del señor.

Estoy ya muy cansado y perdido en la montaña. Todo lo diviso igual como un laberinto verde mientras el frío se hace más recio. El bosque se cierra. Se me perdió la vereda. Ni modo, ya estuvo que la noche me agarró aquí.

Acá en el pueblo sabemos de sus presencias. Más lo saben los arrieros y los que bajan la leña del monte. Ellos son los que más nos han contado de esas presencias que se hallan allá arriba teniendo el saber de los cerros, de las plantas que ahí anidan y de las nubes que les lloran. Les llaman “los Monteros, porque son los que cuidan los cerros y de todo lo que ahí habita.

Ahora lo sé. La casa no estaba vacía, sino que lo estaba yo. Nunca me conocí. No supe cómo disfrutar el instante que es la vida, sino que la viví atrapado en esquemas de autoengaño. Me la pasé corriendo, ocupado en rutinas que solo me hundieron en laberintos de sufrimiento permanentes. Ahora lo sé, me he dado cuenta de ello, y he decidido no moverme más de esta silla, de la cual ya no me levantaré, porque voy a enfrentar mi vacío.

Porque lo que yo en verdad yo quiero es poner mi propia taquería, en la que además de flautas tenga tortas jumbo, pancita en las mañanas y pozole en las tardes. Eso sin faltar jugos, licuados y un barril de tepache. Eso es lo que yo quiero, un negocio grande que esté bien ubicado, a lo mejor en Coyoacán o en la Central de Abastos. Lo demás ya vendrá solo, una familia y mi mujer, porque ya no quiero estar solo. Quiero salir de pobre, para tener un lugar que sea mío, en donde pueda echarme un baño, ver la tele calientito, tomarme un café, y taparme con cobijas en la cama, para desde ahí estarme acordando, como desde ya muy lejos, de aquellos tiempos en los que anduve vagando por la calle.

Profesor, con todo respeto, le digo que es una lástima que al final del curso usted me haya decepcionado por no saber aceptar mi agradecimiento. Creo que usted debería ser capaz de aceptar el valor de su trabajo, pero no es así. Entonces, ¿en dónde quedan sus enseñanzas? ¿cuál es valor que les da? Lo siento, pero retiro mi agradecimiento ¡Adiós!

Palidezco. Mis ojos pierden la mirada. Trémulo tomo el regalo. Sollozo. Le abrazo. Discreto se retira. Quedo perplejo.

¡YA BASTA! He rebasado los cincuenta años y aunque he superado mil problemas, obstáculos y dificultades, nunca, nunca, nunca, he apreciado la vida tal cual es, solo la he visto proyectada en las sombras de mis propias acciones, pensamientos y palabras. Solo he visto su sombra. Nunca la he visto de frente. Solo he sido espectador. He dejado que la vida me lleve, pero ahora, ahora que me hago viejo, quiero verla a la cara, antes de que me lleve la muerte.

Cerramos el local a pesar de las súplicas de los clientes, pero todavía algunos me han seguido, hasta aquí, a este puestecito que pusimos en la banqueta, juntito al puesto de dulces, de mi papá. Aquí en la calle nomás vendo tres guisaditos que hago por día. Y así me la llevo. Estoy feliz. Unos me dicen poquitera, conformista, que dejé ir el negocio, que no me quise superar. Pos por mí pueden pensar lo que quieran, porque yo sé lo que hice. Quiero vivir a mi modo y no como la tele dice, que todos tenemos que vivir: siempre a las carreras y comprando cosas a lo loco. Así yo no quiero. Yo prefiero vivir tranquilamente, disfrutar viendo las cosas, conviviendo con mi gente. Y no dejar de vivir la vida.