Dicen que no hay nada más seguro que el ladrillo. Que es tangible, pesado, permanente. Dicen que invertir en pisos es invertir en el futuro, en un colchón contra la incertidumbre.
Pero cuando se habla del “problema de la vivienda”, todos miran hacia arriba. Al gobierno, a los bancos, al fondo buitre de turno, a ese ente abstracto y lejano al que se puede señalar con rabia.
Nadie mira al espejo. Nadie se pregunta por el inquilino, o por quien tiene que forzosamente compartir casa. La vida que late detrás de la puerta que se quiere abrir con una llave que no es la de la cerradura, sino la de la propiedad.