No hay mayor testimonio que el de Jesús, ni mayor espiritualidad que la de Él. Resucitó muertos, sanó enfermos, hizo grandes milagros, echó fuera demonios, era conocido y temido en el mundo espiritual, pero también fue conocido y respetado entre los hombres por su testimonio de buen hijo, buen hermano, buen amigo, alguien que reconocía y realzaba el valor de los demás y quien no comprometía sus valores ni se dejaba intimidar por el mal. Jesús es ejemplo vivo de autoridad espiritual y autoridad testimonial. Seamos imitadores de Él.