Parece un título propio de Arturo Pérez-Reverte, pero soy yo (siempre quise escribir un título así de descarado). Si preguntara ¿alguien sabe a qué me he dedicado estos últimos cinco años de mi vida? La mayoría respondería: “A vivir del cuento en unas eternas vacaciones”. Los más honestos dirían que “ni idea”, y muy poquitos sabrían de qué les hablo. Claro que el mundo no gira en torno a mí, de ahí la paradoja de lo que hace tiempo me viene sucediendo. Porque juzgar a los demás es gratis (y el derecho al pataleo también).
Hoy que escribo esta líneas, 19 de junio de 2019, he realizado mi último examen de los 31 que forman parte de mi expediente académico antes de graduarme como Humanista. Han sido cinco años de estudio constante desde que empecé, aquel septiembre del año 2014, a estudiar por el placer de aprender.
Desde entonces, todo ese esfuerzo puede medirse en horas de lectura y de estudio, 154 trabajos entregados para demostrar la comprensión de las materias, 39 asignaturas evaluadas. Créditos que iban llenando el casillero, de cero hasta 228, una cifra a la que crees que nunca llegarás cuando empiezas.
Pero más allá que a los 44 años que voy a cumplir vaya a graduarme, todo este proceso tiene una carga emocional muy fuerte. No es simplemente que haya disfrutado estudiando algo que he elegido por placer y curiosidad y que, además, me ha cambiado mi manera de ver y entender el mundo.
Cerrar esta etapa universitaria es cerrar un círculo de mi vida en los últimos 5 años que trasciende a un plano vital. Es querer gritar al mundo, a ese mundo de la superficialidad y de la sin sustancia “esto es lo que he estado haciendo, imbécil”.
Puede que te preguntes cómo una futura humanista en ciernes y Coach profesional se atreve a hablar así en público. Cuando uno quiere superar ciertos miedos, nunca hay que darles la espalda, sino enfrentarse a ellos, hablarles cara a cara.
Si eres inteligente, es probable que sientas que todo te es indiferente (Marta Gárgoles)
Necesitaba escribir este post como quienes estáis esperando que lleguen vuestras vacaciones de verano. Voy a dejarme de remilgos. Hoy no seré esa persona comedida, mediadora que busca el “peace and love”. Hoy quiero desahogarme y confesar que soy una persona rencorosa.
El rencor me quita el sueño a veces. Es esa rabia ante el desconocimiento, el insulto gratuito, el juicio del desconocido, y el que más duele, el juicio de quien dice conocerte pero jamás te ha preguntado.
En el fondo, este post es una confesión de mi propia debilidad: “los defectos que menos perdonamos en los demás son precisamente aquellos que tenemos nosotros”. Y es que ese rencor es en realidad hacia mí misma, por no acabar de creerme que he tomado siempre las mejores decisiones en cada momento, caiga quien caiga. Que a pesar de sentir que llevo una vida mejor de lo que jamás hubiera soñado, aún sigo justificándome porque un día dejé mi trabajo, mi casa, y busco excusas para pedir perdón por ser feliz, como si todo lo que tengo me hubiera caído del cielo.
Sabes que hace
seis años mi vida dio un vuelco. Mejor dicho, le di un vuelco a mi vida junto a
mi marido. Ambos con 38 años decidimos mudarnos al extranjero. Desde entonces,
yo no he vuelto a ser la que era. Mi decisión por volver a estudiar estuvo
motivada por varios factores.
Si quieres vivir feliz, no te importe que te crean tonto (Séneca)
El primer factor fue darme un tiempo para aclarar mis ideas. No estaba dispuesta a tirar por la borda 20 años de experiencia laboral para ponerme a trabajar de cualquier cosa y a cualquier precio.
El segundo motivo, fue cumplir ese deseo que me rondaba la cabeza hacía años de estudiar por placer. Y no nos vamos a engañar, a los 18 años y en la universidad, las hormonas mandan.
Así que decidí,
con el apoyo y casi por obstinación de mi marido, matricularme a distancia y
así poder estudiar fuera cual fuera mi destino. Y lo que empezó como una