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Lecturas:
Jeremías 20, 7–9
Salmo 63, 2–6.8–9
Romanos 12, 1–2
Mateo 16, 21–27
La primera lectura de este domingo sorprende al profeta Jeremías en un momento de debilidad. Su íntimo lamento contiene algunas de las expresiones más fuertes de la Biblia referentes a la duda. En su seguimiento de la llamada de Dios, Jeremías se siente abandonado. Lo único que le ha acarreado la predicación de su Palabra es escarnio.
Pero Dios no engaña y Jeremías lo sabe. Él examina al justo (cf. Jr 20,11–12) y corrige a sus hijos mediante pruebas y sufrimientos (cf. Hb 12,5–7).
Lo que Jeremías aprende, Jesús lo afirma explícitamente en el Evangelio de esta semana. Seguirlo es cargar una cruz, negarte a ti mismo –tus prioridades, preferencias y comodidades.
Es estar dispuesto a renunciar a todo, incluso a la vida misma, por la causa de su Evangelio. Como dice san Pablo en su epístola, debemos unirnos a la pasión de Cristo para ofrecer nuestros cuerpos—todo nuestro ser—como sacrificios vivos a Dios.
Por su cruz, Jesús nos ha mostrado lo que los sacrificios de Israel habían de enseñar: que a Dios le debemos todo lo que tenemos.
La bondad de Dios es un bien más grande que la vida misma, como cantamos en el salmo de este domingo. La única muestra de gratitud que podemos ofrecerle es nuestra adoración espiritual: entregar nuestra vida al servicio de su voluntad (cf. Hb 10,3–11; Sal 50, 14,23).
Pedro aún no ha entendido esto en el Evangelio de hoy. Como le sucedió a Jeremías, la cruz es escándalo para Pedro (cf. 1 Co 1,23). Esa es también nuestra tentación natural: negarnos a creer que nuestros sufrimientos juegan un papel importante en el plan de Dios.
Así es como piensa la gente, nos dice Jesús esta semana. Pero estamos llamados a renovar nuestras mentes para pensar como Dios piensa, para querer lo que Él quiere.
En la Misa nos ofrecemos nuevamente como sacrificio de alabanza agradable y perfecto (cf. Hb 13,15). Bendecimos al Señor pues estamos vivos, confiados en que encontraremos nuestra vida al perderla; en que las riquezas de Su banquete satisfarán nuestra alma.
By St. Paul Center for Biblical Theology4.8
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Lecturas:
Jeremías 20, 7–9
Salmo 63, 2–6.8–9
Romanos 12, 1–2
Mateo 16, 21–27
La primera lectura de este domingo sorprende al profeta Jeremías en un momento de debilidad. Su íntimo lamento contiene algunas de las expresiones más fuertes de la Biblia referentes a la duda. En su seguimiento de la llamada de Dios, Jeremías se siente abandonado. Lo único que le ha acarreado la predicación de su Palabra es escarnio.
Pero Dios no engaña y Jeremías lo sabe. Él examina al justo (cf. Jr 20,11–12) y corrige a sus hijos mediante pruebas y sufrimientos (cf. Hb 12,5–7).
Lo que Jeremías aprende, Jesús lo afirma explícitamente en el Evangelio de esta semana. Seguirlo es cargar una cruz, negarte a ti mismo –tus prioridades, preferencias y comodidades.
Es estar dispuesto a renunciar a todo, incluso a la vida misma, por la causa de su Evangelio. Como dice san Pablo en su epístola, debemos unirnos a la pasión de Cristo para ofrecer nuestros cuerpos—todo nuestro ser—como sacrificios vivos a Dios.
Por su cruz, Jesús nos ha mostrado lo que los sacrificios de Israel habían de enseñar: que a Dios le debemos todo lo que tenemos.
La bondad de Dios es un bien más grande que la vida misma, como cantamos en el salmo de este domingo. La única muestra de gratitud que podemos ofrecerle es nuestra adoración espiritual: entregar nuestra vida al servicio de su voluntad (cf. Hb 10,3–11; Sal 50, 14,23).
Pedro aún no ha entendido esto en el Evangelio de hoy. Como le sucedió a Jeremías, la cruz es escándalo para Pedro (cf. 1 Co 1,23). Esa es también nuestra tentación natural: negarnos a creer que nuestros sufrimientos juegan un papel importante en el plan de Dios.
Así es como piensa la gente, nos dice Jesús esta semana. Pero estamos llamados a renovar nuestras mentes para pensar como Dios piensa, para querer lo que Él quiere.
En la Misa nos ofrecemos nuevamente como sacrificio de alabanza agradable y perfecto (cf. Hb 13,15). Bendecimos al Señor pues estamos vivos, confiados en que encontraremos nuestra vida al perderla; en que las riquezas de Su banquete satisfarán nuestra alma.

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