El viernes 9 de noviembre moría un compañero psiquiatrizado durante la operación policial que pretendía ingresarle a la fuerza en psiquiatría (sobre esto, puedes ver el comunicado hecho desde varios colectivos de activistas en salud mental aquí: https://madinamerica-hispanohablante.org/comunicado-ante-una-nueva-muerte-por-violencia-psiquiatrica-activistas-y-colectivos-del-orgullo-loco/ ). A este chico yo no le conocía... pero cuántos de nosotros vivimos con miedo de ser ingresados en operaciones parecidas, cuántos ya hemos vivido ingresos y sus correspondientes violencias, qué pasa en estos espacios de supuesto acompañamiento para que resistirnos a entrar en ellos pueda costarnos la vida, dónde están los cuidados tan distintos a estos que deberíamos recibir en momentos de mayor vulnerabilidad...
En estos días complicados no he encontrado mejores palabras para hablar de todo esto, de nuestro dolor, nuestra rabia, nuestro miedo también... que las que compartió de forma pública en su Facebook Sol C. Medina, compañera valenciana que además de tener el don de la resistencia y la rebeldía, tiene el de la palabra. Desde aquí, gracias, Sol.
Hoy me he grabado leyéndolo (como siempre, en una lectura no profesional) para compartirlo aquí. Podéis leerlo también directamente en la entrada pública de su Facebook (al ser pública no hace falta que tengáis usuario en esa red social): https://www.facebook.com/sol.c.medina5/posts/587101171726163 Lo copio también a continuación:
Con el miedo, como con las pastillas, no hace falta
atragantarte para que impregne tu cuerpo. Yo camino cada día, y cojo autobuses, y hago otras cientos de cosas
que un día pensaba que ya no podría hacer, pero
el miedo se ha instalado en mi pecho
sin necesidad de que me lo trague.
El miedo me lo recetó un psiquiatra, y me lo suministró una enfermera, y mi psicóloga
probablemente no vaya a cuestionarme nunca todo este miedo. Porque les tengo miedo a muchas cosas
y a muchas personas, pero de todos mis miedos, el más conveniente
es el miedo a que un día se me lleve la policía en volandas, me aten a una camilla y muera de
desesperación. El miedo al ingreso involuntario, a la contención mecánica y a todos esos eufemismos
que no son más que otra forma de llamar a la tortura y el asesinato. Siento que este poema, como tantos otros, no lo escriba
con palabras bonitas; podría hablaros de los pájaros que tiemblan en mi garganta, o
quizás del arroyo congelado en mi pelvis
y también de la leona que llora y que cargo sobre los hombros, pero
ni la metáfora más acertada ha salvado nunca a nadie de pasarse la vida encerrada por pirada.
Y puede
que esté como una regadera, o puede que esta vez yo sea la flor
porque empiezo a recuperarme, pero en el ático de mis pesadillas
habitará para siempre el miedo a que se me lleven de casa
la policía o los médicos y me inmovilicen hasta el corazón. Porque he estado ingresada, y no se me olvida, y hoy
le he dado dos besos a mi antigua psicóloga en vez de estrecharle la mano
y le he dado las gracias más honestas que podré dar nunca
por haberme apoyado en esta senda que me ha tocado caminar de desaprender la auto-destrucción
y hoy sin embargo llego a casa y me entero de que han matado a alguien a quien no conozco
pero que sí conocía demasiado bien mi mismo miedo
y no me importan todos los buenos psicólogos del mundo, disculpadme, pero hoy
quiero prenderle fuego a cada hospital psiquiátrico
y bailar desnuda sobre las cenizas. Llamadme tarada, radical o exagerada
pero ni siquiera los cuerdos
sabríais digerir eficazmente esta muerte
si os atrevierais a que os importara.
(Sol C. Medina, 14/NOV/2018)