Desde que mi mejor amigo Boni Salas se desvirgó (hará cosa de un año) con una chica de nuestra clase, empezó a darme por saco para que le siguiera los pasos. Decía que «no se puede ser tan pringado como para acabar el puto instituto sin haber echado un polvo».
A Boni se le daba bastante mejor que a mí lo de tirarle ficha a las tías, a pesar de que yo tengo un físico más apetecible (y no lo digo con arrogancia, es una realidad incontestable). Él es algo más alto que yo, pero tan flacucho como un jodido palo de escoba; encima viste ropas anchas. Tiene el pelo largo, a menudo algo grasiento, incluso cuando salimos de fiesta; tampoco se molesta casi nunca en estar guapo, o al menos intentarlo. Podría afeitarse el bigotillo y la barbita, los cuatro pelos que ensucian su cara. Pero se la suda.
Supongo que se le dan mejor las chicas porque es un guarreras con mucha labia. Yo tengo músculos, buena apariencia, y destaco por encima del resto en el equipo de fútbol sala donde los dos jugamos. Pero él me saca mazo de ventaja a nivel social, es mil veces más extrovertido. Si yo ligaba con alguna era porque iba lo bastante mamado para que todo me diera igual. Mi único «problema», al parecer, era que después nunca remataba la faena.
(…)
Ser amigos desde críos implica vivir en una rivalidad constante. A veces gana él, a veces gano yo. Pero reconozco que somos igual de pesados cuando quedamos por encima del otro en lo que sea. En este caso, el hetero-semental ganador fue Boni. El primero en llegar a la meta.
Muy bien, un aplauso para él.
Luego de estrenarse, la verdad es que el cabrón tuvo una racha de follar muy guapa; las encadenaba una tras otra, casi todos los findes pillaba algo.
—Es que las tías lo huelen, bro —me dijo con aires de maestro zen—. Diferencian si hueles a semental o apestas a pardillo. Y si encima se dan cuenta de que eres medio maricón, como tú… entonces sí que estás jodido.
Por aquel comentario se llevó un puñetazo en el hombro de los que duelen, los que te hacen gemir y agachar la cabeza. Esa fue la primera vez que Boni aireó sus dudas sobre mi heterosexualidad. Encima lo dijo de una forma tan espontánea que parecía super convencido de que yo era «medio maricón». Solo dándolo por hecho, sin juzgarlo como algo negativo… Salvo por lo de que alguna tía pudiera olérmelo. Quitando eso, para él tampoco parecía algo relevante.
Desde aquel día, llamarme «marica» y similares (además de tratarme a menudo como si lo fuera), se volvió tan habitual que se convirtió en una rutina con la que al final dejé de molestarme.
El caso es que, para bien o para mal, la insistencia de Boni en el discurso de ataque a mi virginidad, logró dejarme una huella en el subconsciente. A lo largo de todo el último verano, ya me había escuchado a mí mismo alguna vez preguntándome si no tendría razón. A lo mejor no era tan hetero como debería.
Tal vez mi falta de empeño e interés en llegar hasta la última base con una chica no era por simple apatía o culpa del alcohol, como yo pensaba. Quizá fuese porque estaba mirando en la dirección equivocada.
(…)
Entonces llegó septiembre. A mediados. Regreso a la rutina del insti.
Era viernes. Cuarto día de clase. Volviendo del descanso. Desde mi asiento vi llegar a Boni, que traía una sonrisa en la cara.
—Pablito, voy a presentarte a una tía —me anunció, antes de sentarse.
Resoplé, miré a su espalda y le dije:
—A quién. Yo no veo a nadie.
—Ahora no, retrasado. Primero he de hablar con ella.
—Te lo agradezco, pero no hace falta. Ya te he dicho mil veces que paso de comerme tus sobras. No quiero meter la polla donde la has metido tú.
—Pues bien limpia que la tengo, imbécil. A lo mejor se te contagia algo y así dejas de ser tan maricón. —Se sentó y bajó un poco la voz—. Además, bro… A esta pava no me la he tirado.
—Ya, claro. Seguro que no.
—Que no, joder. Es una tía medio zumbada que solo folla con vírgenes.
Aquello me hizo soltar una carcajada que llamó demasiado la atención.
Entre cuchicheos en mitad de la siguiente clase, me fue contando que se llamaba Laura. Reconoció que le había tirado ficha alguna vez, pero que ella no le había querido hacer «ni una simple mamada». Por lo visto, era solo unos meses mayor que nosotros. Una tía espabilada que tenía claro lo que buscaba en la cama. Tomaba la píldora desde hacía tiempo.
—Desde los trece o así, por una movida de regulación hormonal, o no sé qué mierdas… Y lo de que solo folla con novatos es cierto, te lo juro. —Por lo visto, la propia Laura se lo había contado—. Dice que un tío virgen no te va a pegar nada raro. Por eso se dedica a los desvirgos… Así puede hacerlo sin goma, que es como les gusta hacerlo a las que son más zorras que nadie.
Eso último era lo que a Boni le entusiasmaba tanto como le mosqueaba.
—Buah, es que si la pillo antes de verano, esa cerda todavía se estaría escurriendo lefa del coño —me dijo en un tono de voz más bajo cuando la tutora ya nos había llamado la atención dos veces—. Por eso lo digo, bro… Aprovecha tú que puedes, que eres un cabrón con suerte. Ninguna piba deja que te corras dentro. Como mucho en las tetas, o ni eso. Y luego siempre salen disparadas a limpiarse, como si les hubieras echado encima un chorro de lava ardiendo.
Esta vez se me escapó una carcajada que mató la conversación, a riesgo de que nos separasen si no nos callábamos. Nos dieron la última advertencia.
(…)
Boni me enseñó una foto de la tal Laura mientras volvíamos al barrio.
Nada más verla en aquella imagen, mi apatía se convirtió en una buena calentura. Me puse burro de pensar en que aquella piba pudiera ser mi primer polvo hetero. No solo era una tía guapa de cara, sino que encima estaba tan buena como él me había dicho. La foto se la acababa de enviar por WhatsApp. Una foto exclusiva para mí, según me dijo.
—Joder macho, ¿y cuándo coño habéis hablado? —le pregunté—. Si ni siquiera te he dicho aún si quiero quedar con ella o no.
—Sí que quieres, bro… Claro que quieres. Cómo no vas a querer, si está tremenda. Y no hemos hablado. Solamente le he escrito para preguntarle si le apetece follar con un macizo que está sin estrenar.
—Ja, ja, ja… Qué fuerte lo tuyo. ¿Así de fácil ha sido?
—Así de fácil. Hace un rato me ha dicho que sí, y le he pedido una foto morbosa. No me vas a negar que está muy follable. Te mola o qué.
—Claro que me mola. Que soy menos marica de lo que tú te crees, cabrón.
Me volví a reír como si me hubiera quitado una losa de encima. Solo con ver aquel sugerente selfi de Laura, se me habían removido los cojones con un calambre de excitación. Me dio un subidón de la ostia sentir una calentura física que llevaba tiempo sin que una chica la despertase.
—Ahora le tienes que mandar tú también una foto guapa —dijo Boni.
—Vale, pues pásame su wasap y luego en casa se la envío.
—Qué va, tío… Tengo que mandársela yo. No tengo permiso para darte su número hasta que Laura no te vea. —Me vio fruncir el ceño—. Es que son sus condiciones, macho… Ya te he dicho antes que está medio zumbada.
—Ya veo, ya… —Me di cuenta de que todavía no se lo había preguntado, así que lo hice en ese momento, con algo de suspicacia—. Y puedo saber de qué la conoces tú, si no es de joder con ella. ¿No será puta?
—No, joder, qué dices —respondió tajante—. Un poco putilla puede que sí, pero no de profesión. Y ahora mismo no puedes saber de qué la conozco.
—Cómo que no… ¿En serio?
—En serio. Pero no te preocupes, que te lo diré. Si al final te desvirgas con ella, te contaré de dónde sale.
Al menos la mitad de mi excitación se convirtió en sospecha. Porque eso de ocultarnos cosas de forma tan deliberada no es algo que esté en el ADN de nuestra amistad. Salvo que se trate de «secretos inconfesables», temas que puedan afectar a otras personas, o que puedan romper nuestra amistad.
Por ejemplo, lo que había hecho con su padre justo una semana antes de aquel viernes, era algo de lo que no podía hablar con Boni.
Ni se lo podía contar en ese momento, ni posiblemente nunca.
(…)
Nos metimos en su portal. En un recodo discreto, donde los buzones. Fue lo que improvisamos como estudio fotográfico.
—Así no, joder —dijo Boni, con su móvil apuntando en vertical—. Pareces un pardillo con cara de susto. Tienes que ponerte en plan empotrador.
—Mira tú, no me marees… Que si fuera empotrador, no me tendría que hacer una foto para tu amiga imaginaria —bromeé—. A ver, cómo la quieres.
—Yo qué sé… Al menos súbete la camiseta. Aunque claro, cuando vea lo buenorro que estás, no se va a creer que seas virgen. Si no me lo creo ni yo…
Resoplé y sonreí, tirando la mochila al suelo. Me subí la camiseta y la dejé recogida detrás de la nuca. Llevaba un pantalón corto deportivo.
—¿Así mejor? —le pregunté.
Boni apartó el móvil y también sonrió, mirándome entre las piernas.
—Mucho mejor. Pero por qué marcas tanto, bro… ¿Estás empalmado?
—Un poco —admití. Físicamente medio empalmado y con la cabeza muy caliente. Aunque solo reconocí lo que sus ojos pudieron percibir.
—Ya veo. Pues si quieres, enseña también algo de gayumbo, ¿no? Eso siempre queda sexy.
Me volvió a apuntar con su teléfono mientras yo tiraba a la vez de las dos perneras del pantalón, dejando a la vista poco más que el elástico del bóxer. Aunque no fuese de firma, recoloqué la goma para que no se viese arrugada. Y ya que estaba, me recoloqué el paquete también, por tal de que abultase más hacia el lado que hacia adelante.
—Menuda sesión guapa te estoy haciendo… —me dijo—. Va a ser difícil elegir una, ya verás. Ahora ponte las manos en la nuca.
Sonreí mientras lo hacía. Sintiéndome un modelo profesional, redoblé las mangas de la camiseta para que al flexionar los brazos se me marcasen más los bíceps. Boni se echó a reír sin dejar de enfocarme. Teniendo los omoplatos apoyados en la pared, avancé la cadera y apreté el estómago; me flipé un poco fardando de abdominales y semi erección. Cada vez se veía más gruesa.
—Cómo te gustas, eh cabrón… —Bajó el móvil y añadió—: Si yo tuviera ese cuerpo, me ponía ahí contigo y le mandábamos un selfi juntos a la guarrilla de Laura. Seguro que le dejaríamos las bragas bien empapadas.
—Ja, ja, ja… Qué idiota eres. Qué pasa, ¿ahora vas de acomplejado?
Boni también se echó a reír. Luego se lo pensó un par de segundos.
—Pues tienes razón, bro… Vamos a ponerla cachonda, sí o qué —lo dijo mientras me pasaba el móvil para quitarse la camiseta.
Él directamente la tiró sobre la mochila. También iba en chándal, aunque el suyo era largo, color blanco. El mío corto y azul oscuro. Los dos manteníamos intacto el moreno de piel que lucíamos desde junio. Mientras Boni preparaba la cámara, miré un segundo por debajo de su cintura y vi que el tío estaba tan duro como yo. Al llevar camiseta larga y ancha, lo había disimulado del todo.
Ahora lo que enseñaba algo más abajo de su delgado torso desnudo era el gayumbo bien a la vista y la cintura del pantalón sujetándose por encima de su abultado paquete. Empalmadísimo y apretado a tope por el slip.
—Venga, dale —dijo, sin darme tiempo ni a bromear—. Vamos a probar un selfi. Y si no salimos bien, apoyamos el móvil ahí en los buzones.
Al ser algo más alto, le resultó más cómodo pasarme el brazo por detrás del cuello que por la cintura. No esperaba que nos fuésemos a poner tan juntos; pude notar el calor que emanaba su cuerpo, con el costillar de su plexo contra mis pectorales. Mi brazo lo rodeó por debajo, la mano se le quedó sobre el hueso de la cadera, tocando los dos elásticos: calzoncillo y chándal.
Miré hacia la pantalla, y la imagen que vi reflejada en ella no me disgustó. Diría que todo lo contrario. Salíamos radiantes. Aunque, precisamente por eso, tampoco me hizo ni puta gracia el hecho de que no me disgustase. ¿Qué ostias estábamos haciendo ahí empalmados, como si posáramos para el puto Grindr?
—Alegra ese careto, joder —dijo Boni, tras hacer varias capturas dando al botón rojo con el índice—. Que no vale sonreír solo con la polla, macho… Estás poniendo cara de funeral.
—Será porque te tengo demasiado cerca y apestas a perro muerto.
—Ja, ja, ja… No es por eso. Es porque te molo y te pones nervioso.
Lo dijo de un modo tan campechano que sonó como cierto. Tampoco tuve tiempo a replicar nada. Dejó de agarrarme el cuello y volvió a pasarme el móvil.
—Toma, aguanta, que así no mola. Se nos tiene que ver de cuerpo entero.
Caminó hasta su mochila y se inclinó sobre ella rebuscando algo.
Por detrás y en esa postura, se le veía el chándal aún más bajado que por delante. Casi todo su culito de nalgas estrechas y chupadas quedaba a la vista (con un calzoncillo blanco de aspecto desgastado casi transparentando su piel; una línea vertical más oscura que el resto).
Llevaba la última semana medio loco, luchando contra mis demonios por lo que había ocurrido el viernes anterior con su padre. Asumiendo que SÍ, que me gustaban los hombres; «también» los hombres. Las tías y los HOMBRES.
Pero Boni no lo era. Boni era un niñato como yo, hombrecito como mucho, por más que follase como un semental desde hacía meses. Encima, ni siquiera es que tuviera buen cuerpo. Vestía cutre, en plan guarro, no se molestaba en arreglarse ni estar mínimamente guapo. Entonces, ¿por qué estaba mirándole el trasero como si fuese un culazo machacado en el gym a base de sentadillas?
Era un culito de mierda, una tabla de planchar. Y eso de que apestaba también era cierto. Olía a sudor, como recién salido de Educación Física. En él no había nada que lo hiciese digno de removerme algo por dentro.
Si es que era un espantajo… ¡Joder!
Siete días atrás, su padre me había dicho: «Somos demasiado hombres para él». Y yo estuve de acuerdo. Pero en ese momento, ahí agachado, descubrí con enfado que mi mejor amigo era lo «bastante hombre» para gustarme.
—Qué coño buscas —le pregunté, empezando a impacientarme.
—Las llaves, para abrir el buzón.
—Mira, paso. —Me coloqué bien la camiseta mientras que él se daba la vuelta. Le vi fruncir el ceño, y hasta eso me cabreó—. Qué, ¿no te parece que ya hemos mariconeado suficiente? Me piro a casa, que tengo hambre. Puedes enviarle a Laura la que te salga de los huevos. O ninguna… Me da igual.
—Pero qué mosca te ha picado ahora, bro… ¿En serio que te piras?
Su pregunta me pilló cogiendo la mochila del suelo. Me la cargué al hombro y no le di respuesta hasta no darle la espalda y empezar a alejarme.
—Que sí, joder… que me largo. Venga, nos vemos.
Por suerte no me siguió, ni con su voz ni con su caliente costillar desnudo.
Hui de Boni como si fuera el demonio contra el que llevaba días luchando. De camino al portal, metí la mano dentro del bóxer y me apreté bien la polla hacia abajo. La tenía tan dura que me dolió, casi me la quiebro tratando de encajarla entre los muslos. Los cojones retorcidos abultaban bastante menos que el rabo. ¡Maldito Boni! ¿Por qué mierdas se había empalmado? Yo al menos tenía la excusa de ser virgen y estar pensando en la zorra de buenas tetas con la que me quería liar… pero él por qué. ¿Para no ser menos que yo?
El muy cabrón la tenía tochísima; le llegaba casi hasta la cadera. Parecía tener un pollón tan grande como el de su padre. Y se había quitado la camiseta como si nada. Para qué, ¿solo para provocarme y que le mirase la empalmada? Para que luego me pudiera decir: «Córtate un poco, bujarrón… que se te van los ojos». Pues sí, colega, se me van. Porque no deberías ponerte tan duro y con ese pedazo de cipote delante de mí. A qué coño juegas, Boni. En serio.
Llegué a casa mosqueado y con dolor de huevos. Saludé a mi madre sin asomarme siquiera a la cocina. Tiré la mochila sobre mi cama, lleno de rabia, y me fui directo al baño. Me la tuve que desencajar, porque seguía teniendo la polla dura como el cemento.
Levanté la tapa de la taza del váter, con la ropa en los tobillos y la camiseta puesta detrás de la cabeza. Apoyé el puño en la pared, y con la otra mano me sujeté el rabo para empezar a menearlo a toda ostia. Con más dolor que placer, despellejándome vivo.
Cerré los ojos y me casqué allí mismo la paja más furiosa de toda mi vida.
La primera en la que mi cerebro (jodido y retorcido) dejó entrar al puto Boni Salas. Un tío que hasta entonces no veía como hombre, que no cumplía ni de lejos el canon de belleza masculina.
Fantaseé con algo sencillo y que ya me resultaba familiar (nunca mejor dicho): me ponía de rodillas para chuparle el pedazo de rabo sobre el que se le sujetaba el elástico del chándal. Imaginé que podía tragármelo entero, sin la mano de seguridad que te evita las arcadas.
También le comí los huevos, que olían (no, apestaban) igual de bien y de mal que su cuerpo de espantajo durante los selfis. Fantaseé con bajarle la ropa mientras Boni buscaba las llaves en la mochila. Me pegaba a él después de haberme escupido en la polla y le hacía perder la virginidad anal igual que hice con su padre. Estrené su culito estrecho y huesudo entre las brumas de aquella paja rabiosa. Lo empotré contra los buzones para darle bien duro; sin parar hasta correrme dentro de él, y encima diciéndoselo al oído mientras lo jodía:
«Te voy a dejar toda la lefa dentro, que es como os gusta hacerlo a las que sois más zorras que nadie». Tras eso, salpiqué los azulejos como un animal, como una bestia salvaje que llevara semanas sin masturbarse.
Me quedé mucho más relajado. Solo me sentí un poco (muy poco) culpable por haber mancillado de algún modo la amistad de toda la vida que tenía con Boni Salas.
(…)
Tal y como suponía, todo aquello no tuvo la menor relevancia para él.
Ni le debió resultar extraño que nos abrazáramos estando empalmados, ni le dio importancia a mi huida. Supongo que fue porque su cerebro no estaba tan jodido y retorcido como el mío. Él solo sabe empujar hacia adelante y mirar hacia su lado, que es donde suelo estar yo casi todo el tiempo. Lo demás se la trae al pairo. Por eso me envió aquella foto.
Era un selfi de dos colegas posando sin camiseta y con el paquetón bien hinchado. El colega flacucho sonreía con naturalidad hacia la cámara. A su lado, el colega cachitas le estaba mirando la polla con poco disimulo y con «cara de funeral». Una estampa perfecta de lo que yo estaba sintiendo y sufriendo en ese momento. Boni me la mandó por WhatsApp; debajo escribió la sentencia:
«Para que luego sigas diciendo que no eres medio gay»
«Está claro que lo eres, bro»
«Y ya está»
Después añadió una ristra descontrolada de emoticonos; una docena de caritas descojonándose de risa. Lo curioso fue que no había puesto «maricón», «moñas», «marica» ni «bujarrón». Había puesto lo que había puesto.
Medio gay.
Porque él ya lo sabía. Seguro que desde mucho antes que yo mismo. En este caso no pretendía insultarme, solo dictar sentencia. El juicio lo habría ido haciendo él por su cuenta, desde que despertamos al sexo en nuestra primera adolescencia. Recabó las evidencias que necesitaba durante varios años; no emprendió la acusación formal hasta después de haber perdido su virginidad y ver que la mía seguía intacta; con eso y nuestro selfi le bastó para emitir el veredicto. Traté de responderle con la misma naturalidad:
«Está claro que lo soy»
«Ahora ya lo sabes»
«La próxima vez que te empalmes a mi lado,
es posible que pierda los papeles»
«Avisado estás»
Me pensé si añadir también emoticonos, pero al final no lo hice. Ni caritas sonrientes, ni corazones, ni caritas tristes. Dejé que Boni lo interpretase como le diera la gana. Siguió escribiendo:
«Ok. Avisado estoy»
«Otro tema…»
«Me ha dicho Laura que folláis mañana»
«Después del entreno me cuentas»
«Sí o qué»
Pues sí, se dio por «avisado» y cambió de tema. Como si nada. Como si no acabase de reconocer que me molan los tíos. Le mandé un pulgar hacia arriba y enseguida me desconecté del WhatsApp. Hundí la cabeza en la almohada sin entender qué coño le estaba pasando a mi vida.
¿Por qué en solo una semana se me había puesto todo patas arriba?
(…)
El sábado quedé con Laura a la hora del desayuno.
Por si alguien se pregunta quién coño queda con un completo desconocido para echar un polvo a las nueve y media de la mañana (¡de un sábado!), ahora ya sabéis la respuesta: Laura; porque tenía la casa libre hasta mediodía.
Me recibió vestida solo con una camiseta larguísima color amarillo pálido. Sin sostén y algo despeinada. Bragas sí llevaba, aunque no le duraron mucho puestas. Parecía que le hubiese dado tiempo a desperezarse, lavarse la cara y poco más. Tampoco es que yo fuese hecho un pincel. Chándal largo y el macuto al hombro, porque teníamos entreno a las doce. Nadie diría que venía a lo que venía. Eso sí, de mi casa salí recién duchado y con gayumbos limpios.
—Perdona que te haya hecho venir a esta hora.
—No pasa nada… —le dije, accediendo a la cocina detrás de ella—. Si hoy no te venía bien, podríamos haber quedado otro día.
—Qué va, es que solo tengo la casa libre los sábados a esta hora. Y si te digo la verdad, no quería esperar otra semana para conocerte. Que en una semana pueden pasar muchas cosas.
«Que me lo digan a mí», pensé. Preferí tomar un colacao que acompañarla con el café. Mi elección le hizo sonreír como si le sonriese a un niño pequeño.
—Estás muy bueno. ¿Puedo saber por qué sigues siendo virgen?
Laura formuló esa pregunta cuando ya estábamos en el sofá, cada cual con su taza. Por la forma en que se llevó el café hasta los labios, intuí que mi querido mejor amigo le habría dicho que yo era como mínimo «medio gay». Esa bonita mierda que me había soltado por el WhatsApp. Posiblemente hasta la había retado a averiguar si lo era del todo o solo a medias.
—Seguro que Boni ya te habrá dicho el por qué. ¿Puedo saber yo de qué lo conoces? —me aventuré a preguntar.
—¿A Boni? Pues… no sé. Si él no te lo ha contado, será que no quiere que lo sepas. —Sonrió.
—Dijo que me lo contaría si al final me desvirgabas.
—Ja, ja, ja… Menudo gilipollas.
Después de estar diez, tal vez quince minutos en su compañía, ya podía decir que Laura me gustaba bastante. Más allá de ser guapa (tenía el pelo rizado, largo y castaño; el rostro surcado por algunas pecas, la nariz chata y los labios gruesos, muy morbosos cada vez que sonreía); más allá de tener un físico espectacular (con aquellos pechos firmes, y esos pezones que parecían a punto de desgarrar la camiseta); más allá de eso, desprendía magia.
Era tan natural, tan directa y tan enigmática al mismo tiempo, que la mezcla de todo lo que había en ella resultaba explosiva. No es que ya la tuviese dura bajo el chándal, pero sabía que en cuanto nos diéramos el primer roce, me pondría reventón en menos de dos segundos.
Después de reírse e insultar a Boni merecidamente, se tomó una breve pausa para sorber el café. Luego dijo:
—Ahora que me has conocido en persona, ¿sigues queriendo desvirgarte conmigo? —Asentí con la cabeza y dejé mi taza vacía sobre la mesita—. Uf, pues es un alivio… La verdad es que me alegro, porque estás buenísimo. Creo que eso ya te lo he dicho, ¿verdad? Espero que no te sepa mal si también te confieso que ayer… Bueno, que ayer me hice un dedo con las fotos que me envió el idiota de tu amigo.
—¿En serio? —Sentí que se me hinchaban las mejillas, ruborizado.
—En serio —reafirmó—. Primero le llamé, pensando que quería tomarme el pelo. Pero cuando me convenció de que realmente eres virgen, entonces me puse a disfrutar de las fotos. Me envió unas cuantas y todas me encantaron. Sobre todo una en la que salís los dos… Esa en la que le miras la polla.
—Qué… ¡Qué hijo de puta! —Me rasqué la frente mirando abajo, por tal de esconder un poco mi cara roja como un tomate. Estuve a punto de decirle que no le miraba la polla, pero pensé: «Total… qué más da».
—Yo creo que me la envió porque me conoce bien —siguió diciendo Laura, mientras dejaba su café a medias también sobre la mesita—. Él sabe que si hay algo que me gusta más que un tío virgen, es un tío virgen y desorientado.
Se deslizó sobre el sofá de forma sibilina mientras hablaba, para estar ya sentada sobre mis piernas cuando hizo la pregunta:
—¿Dirías que tú estás desorientado, Pablito?
—Pues no. Diría que no —respondí sin dudar. La tenía a horcajadas sobre mí. Moví las manos sobre sus muslos para adentrarme bajo la camiseta—. Si eso mismo me lo hubieras preguntado hace diez días, te habría dicho: «Estoy perdidísimo». Pero hoy no. Hoy tengo muy claro lo que quiero.
Sonreí, porque una parte de lo que quería lo tenía ya en mis manos: eran sin duda las mejores tetas que había acariciado nunca.
—Bueno, eso también me vale —dijo entonces—. A los desorientados y a los bisexuales los meto en el mismo saco… Me ponen igual de cachonda.
Me guiñó un ojo y se inclinó a buscarme la boca. Follar con tías no, pero lo que es tocar melones, había tocado ya unos cuantos. La diferencia estaba, tal vez, en que Laura ya era una mujer-mujer; no era una mujercita de quince o dieciséis años muy bien desarrollada. Ella lo era de verdad. Una hembra que me devolvió una sonrisa de ojos brillantes cuando separó nuestros labios. Luego miró hacia sus pechos.
—Te veo muy suelto —bromeó, tirando de mi camiseta despacio.
—Y yo a ti muy caliente —retiré las manos para que Laura me pudiera desnudar el torso. Luego las volví a mover por sus muslos, aunque esta vez la seguí rodeando. Delimité el contorno de sus braguitas metiendo dos dedos solo un poco bajo la gomilla. Tenía un culazo inabarcable. Posé las manos en él y tiré hacia mí hasta que aposenté su coño sobre mi empalmada.
No hace falta decir que a esas alturas estaba duro como el cemento. Lo hizo denotar ella misma suspirando antes de fundirnos en un nuevo morreo. Yo traté de restregar la cerilla como si quisiera prender llama, y ella hizo lo mismo meneando suave la cadera. Bajó una mano por mi estómago buscando carne, y se agarró a ella como si fuese a arrancar un nabo del huerto.
Fue hasta mi oreja para susurrar:
—¿Quieres que pongamos cachondo a Boni? —La miré frunciendo el ceño, sin entender muy bien su propuesta hasta que la noté sacándome el móvil del bolsillo del chándal. Entendió que mi respuesta era sí, porque enseguida se puso a darme indicaciones—. Bájate solo el pantalón, y súbeme un poco la camiseta. Toma, desbloquea esto.
Laura se apoyó sobre las rodillas para dejarme un hueco mínimo. Después de acceder al móvil y entrar en mi conversación de WhatsApp con Boni, le di el teléfono a ella y tiré de la cintura del chándal hasta dejármelo a medio muslo. Debido a sus magreos, tenía medio rabo fuera del bóxer.
La mejor parte de mi verga sobresalía por encima del elástico. Mi rabo no es descomunal, eso lo sé, pero el extremo sobresale en círculo como una buena seta. Vamos, que tengo un capullo mazo de gordo. A Laura se le abrieron mucho los ojos al verlo; supongo que le debió gustar, o eso pareció cuando dijo:
—Joder qué polla… —con una voz que no sonaba a desagrado.
Se lamió la mano libre un par de veces (algo que ninguna tía había hecho antes de agarrarme la pija), luego la bajó para coger el trozo de zanahoria al que le alcanzaron los dedos. No hizo malabares con ella, solamente la despellejó sin dejar de sonreír con excitación.
Estar con una hembra que no siente pudor alguno por mostrar que tiene ganas de rabo y sexo, también fue una novedad para mí esa mañana.
(…)
Fue un selfi bastante guarro. Provocador como poco.
Mi bóxer azul claro con todo el cipote bien marcado y mojado de precum. Las bragas blancas de Laura bien pegadas al bulto (su coñito desprendía un calor de lo más insoportable, en el buen sentido; o sea, que podía hacer que me corriese incluso antes de metérsela). Era ella quien sujetaba el móvil desde lo alto, mirando a cámara. Yo no tenía cara de funeral, ni miraba lo que no toca. Estaba con los ojos cerrados lamiendo su cuello.
Me enseñó la foto, entusiasmada, mientras ambos movíamos la cintura para seguir rozando nuestros sexos. La amplió lo suficiente para que lo único que ocupase la pantalla fuera nuestro punto de fusión explosiva. Mi verga se marcaba como si no llevase nada puesto, con esa bola gorda que tengo como glande. Sonriendo ambos, me pidió permiso para enviársela a Boni.
—Haz lo que quieras… Pero antes deja que te quite esto.
Levantó los brazos sin soltar mi móvil, y todo lo demás quedó en segundo plano cuando al fin tuve sus tetas delante. Hacía solo veinte horas que se las había visto insinuadas en un sujetador super morboso. En el selfi que le mandó a Boni para mí parecían grandes, y por debajo de la camiseta se percibían muy firmes. Desnudas eran las dos cosas: dos globos voluminosos que vencían la ley de la gravedad sin descolgarse prácticamente nada.
Seguí chorreando el calzoncillo de pre mientras se las acariciaba. Laura estaba escribiendo algo mientras yo solo pensaba en mamar una de aquellas ubres de hembra adulta. Fui a por la que parecía tener el pezón más duro y más salido. Jugueteé por la zona con mi lengua y eso le hizo suspirar. Hizo que me tomase de la nuca y me apretase como si fuera su cachorro hambriento.
Tiró mi teléfono al otro extremo del sofá y me dijo:
—Como te vas a correr enseguida… el primero lo echamos aquí. ¿Vale?
Sonrió y saltó de mis piernas el breve tiempo que necesitó para bajarse las bragas. Fue el segundo coño que vieron mis ojos. El primero había sido el de Lorena, una de las tres chicas con las que más lejos había llegado. El de Lorena era un coñito de raja pequeña y muy poco vello. Ella misma dijo que se lo había arreglado para enseñarme a comérselo. Y me enseñó.
El de Laura, en cambio, a bote pronto me pareció más vasto. Tenía dos pellejitos de carne rosada sobresaliendo, un buen matojo de pelo tan castaño como el de su cabeza. Lorena era virgen cuando metí mi lengua en ella. Y luego se fue virgen a casa, claro. Bien comida pero no follada.
Nada que ver con la yegua dada de sí que me dejó ver su sexo apenas un segundo antes de volver a sentarse sobre mis piernas. Esta vez lo hizo encima de mi verga supurante de flujo. Pude notar más calor que antes atravesando la tela de mi gayumbo húmedo. Ayudó a mojarlo del todo con su frotamiento, con nuestra bocas unidas en un morreo de los guapos.
—…¿estás listo?... —me susurró sin apenas separar los labios.
Asentí con la cabeza. Laura me abrazó del cuello. Yo tenía una mano en su tremendo culo y la otra algo más arriba. Nos ladeamos hasta que acabó con la espalda tumbada a lo largo del sofá. Los dos nos quedamos con un pie de apoyo plantado en el suelo. Apuntalé la rodilla de arriba para echar el culo un poco atrás. Lo justo para que ella me bajase el calzoncillo. No pudo llevarlo muy abajo. Apenas descubrió mis nalgas; quedó la prenda junto a la cintura elástica del pantalón de chándal, a medio muslo.
—Buah, tía… Lo siento mucho pero… —murmuré, como el criminal que va a confesar un delito antes de cometerlo—. Uf, yo creo que voy a durar… algo menos que «enseguida»… —Sonreí ruborizado.
—Tranquilo, que es normal… Además, hay otras formas de hacer que yo también disfrute… Luego te llevaré a mi cama para echar el segundo. —Me encantó ver sus ojos brillando excitación, mientras ya sentía su mano alrededor de mi garrote, aproximando la bola carnosa del extremo a su coñito mojado.
«Por suerte», me dije, «a comérselo no tendrá que enseñarme».
(…)
Si lo piensas bien, el tema de la virginidad masculina es muy relativo.
Con ellas parece más fácil detectarlo. Saber que ya se ha perdido el virgo. Aun así, puesto que el himen se ha comprobado que puede romperse haciendo alguna actividad no sexual, tal vez sea una cuestión más cultural que física. A Lorena le metí la lengua tan a fondo como pude, podría decirse que la penetré de algún modo (solo un poco, vale… pero entré). Ella se fue a casa convencida de que seguía siendo virgen.
Pero ¿en qué momento de su vida deja un chico de ser virgen? La primera vez que me salpiqué la tripa al correrme tenía doce o trece años. Entiendo que siendo solo una paja no se considera desvirgo, pero fue de todas formas una primera vez para mí. Igual que el primer coño en el que entré. Casi diecisiete años tenía cuando penetré a Lorena. Con la lengua, cierto. Así que fue otra «primera vez» que completé sin perder la virginidad.
Yo creo que la perdí ocho días antes de aquel sábado, cuando me follé a Jaime, el padre de Boni. Algunos estarán de acuerdo y otros no… Y si es que no, ¿por qué habría que considerar que me estaba desvirgando con Laura?
¿Solo porque aquello era un culo y esto un coño?
(…)
Cerré los ojos besando su cuello, entrando en ella guiado por su mano. Con una sensación de calor que me recorría el cuerpo entero.
En este caso no hubo barreras de ningún tipo (como en el culo de Jaime), mi polla se deslizó con suavidad desde que el capullo estuvo dentro. Laura gimió complacida junto a mi oreja y yo apenas tuve que empujar un poco para sentir que ya estaba dentro del todo. Sin apenas despellejarme, con el cimbrel dando brincos de alegría. Mis huevos enterrados entre sus nalgas centrifugaban una corrida lista para ser lanzada al infinito.
Me fui un poco atrás y volví a entrar hasta el fondo. Desvirgado o no, la verdad es que me dio lo mismo. Inicié un metisaca lento y placentero, con todas mis terminaciones nerviosas activadas y concentradas en el gozo. Abrí los ojos sobre su hombro con el vaivén ya iniciado.
Dentro, fuera… dentro, fuera… mis suspiros y los suyos.
A solo unos centímetros estaba mi teléfono, caído junto a un cojín. Con la pantalla encendida; la conversación de WhatsApp abierta. Arriba se veía media foto, el selfi que aquella pedazo de hembra le había enviado a Boni. Se veía la parte más guarra solamente, la de los dos sexos tocándose en ropa interior.
Debajo una breve conversación:
«Ella podrías ser tú… si quisieras»
Eso le había escrito la cabrona de Laura. Me volví loco al leerlo. ¿Cómo se le ocurría haber escrito semejante burrada en mi nombre? Aunque más loco me volvieron las respuestas de Boni:
«Claro… si YO quisiera»
«Aunque en todo caso, ELLA serías TÚ, cacho maricón»
«Disfruta y córrete dentro»
«Dale a esa zorra lo que le gusta»
—…oh, joder… —susurré cerrando de nuevo los ojos.
Apenas se la metí dos o tres veces más, sin prisa ni urgencia, antes de quedarme clavado dentro de Laura. Con las putas palabras de Boni rondando mi cabeza, mi polla empezó a vibrar y a soltar la leche a chorros. Fue igual de alucinante que mi primera corrida en una cueva ajena, solo que el coño de ella no presionaba tanto el tronco de mi rabo como el culazo de Jaime.
Pese a ello, sentí un placer y una liberación (ese disparar profundo y sin diana) a la que no te habitúas en solo dos polvos sin goma.
Resoplando sobre el hombro de Laura, leí de nuevo en mi móvil la frase que me había hecho petar la cabeza:
«En todo caso, ELLA serías TÚ, cacho maricón».
Se me ocurrió pensar (con el atontamiento mental que te queda después de haber eyaculado) que aquello sí podría ser definitivo e incontestable. Si Boni me diera por el culo, entonces a nadie le cabría ya duda alguna de que Pablito Vilaseca había dejado de ser virgen por completo.
Con chicas como Lorena; con hombres como Jaime; con mujeres como Laura… Y (ojalá) con niñatos sementales como mi mejor amigo.
(…)
Después de darnos algunos besos, Laura me dijo:
—¿No me vas a preguntar si he disfrutado los cinco segundos de polvo?
—Ja, ja, ja… Qué mala eres. Al menos te he avisado, ¿no? —Sonreí lleno de rubor que ella no debió percibir, pues la cara entera me ardía aún por toda la excitación de aquel breve encuentro—. Pero tranquila, que voy a seguir tu consejo y voy a hacer que disfrutes… Voy a hacerlo con mi otra polla.
Saqué la lengua y le chupé los labios antes de empezar a descender por su cuello. Mi rabo de la entrepierna se había ablandado un poco en cuanto salí de ella. Pero diría que estaba igual de caliente que si no me hubiese acabado de correr. Iba ya bajando por su ombligo cuando me frenó:
—Espera, Pablo… ¿No quieres que me lave primero?
—Qué va. —Negué con la cabeza al tiempo que sonreía—. Creo que me apetece más probarlo con mi carbonara.
—Joder, qué guarro. —Devolviéndome una sonrisa que le iba de oreja a oreja, agarró mi pelo con suavidad—. Qué guarro y qué morbo, cabrón… Es por eso que los bisexuales me ponéis tan cachonda.
Elevó un poco la cadera para ofrecerme todo su coño empapado. Luego me apretó la cara contra él y me dejó sordo juntando los muslos como si quisiera dejarme allí atrapado para siempre.
«Me ponéis», había dicho. Sin yo confirmar ni desmentir.
Me resultó de lo más agradable que ella lo diera por hecho, y sobre todo no sentir el impulso de negarlo. Para qué. Aunque no me cabe duda que un par de semanas atrás le hubiera dicho algo, en ese momento lo dejé fluir por mi interior. La palabra «bisexual» saliendo de sus preciosos labios carnosos, me hacía parecer, desde luego, mucho más interesante que si fuese hetero. Pero es que aquel «cacho maricón» escrito por Boni en el WhatsApp también sonaba de lo más excitante.
Comprendí que todo me venía bien: ser bisexual para Laura, ser maricón para Boni. Aunque seguramente no me darían el carné de gay si me vieran ahí en el sofá comiéndome un coño a moflete hinchado.
Lamí todo el flujo que encontré, sabiendo que buena parte era lo que me estaba devolviendo Laura después de dejárselo dentro. Se le resbalaba desde la raja, como si ella misma se exprimiese para dármelo. Jugué por dentro y por fuera con mi lengua ansiosa, sin necesidad de que me indicase cómo se lo tenía que comer. Debió notar que en aquello no era tan novato como follando.
Si no protestó ni puso en duda mi virginidad perdida debió ser porque lo estaba gozando. Eso fue al menos lo que me dio a entender cuando puso las dos manos sobre mi cabeza y me asfixió toda la cara entre sus piernas. Cuando jadeó y se retorció sobre el sofá como una anguila, sin dejar de arrastrarme a un lado y a otro.
Recordé el buen orgasmo que le había regalado a Lorena tiempo atrás. Estaba medio ida del gusto; también super apurada. No llegó a decirme que lo sentía, pero casi se disculpaba con cada gemido. «Ooh… no, no, no…», era eso lo que más repetía la pobre, abierta de piernas y agarrándome del pelo (a ratos tiraba de mí, a ratos me apretaba). No sé, tal vez por la educación recibida, le debió parecer indecoroso disfrutar tanto de una buena comida de almeja.
Con Laura fue todo lo contrario. Estaba igual de salida, pero mucho más suelta. Jadeaba sin ningún pudor y manejaba mi cara igual que si jugase con un dildo de lengua. Llegó incluso a enroscar las piernas en mi cuello elevando a tope la cadera para meterme todavía más adentro. Fui su juguetito sexual y me encantó sentirme utilizado para recibir su merecido placer.
Nos detuvimos cuando Laura lo marcó. Quedé con la rodilla sobre el sofá y el otro pie en el suelo. Jadeando yo también medio ahogado. Con todo el rostro empapado, la polla súper dura y una gran sonrisa. Entonces sí se lo pregunté:
—¿Has disfrutado de este polvillo? De este sí, ¿verdad?
Ella respondió afirmando con la cabeza, con la respiración entrecortada. Y en cuanto se dio cuenta de la rigidez de mi rabo, sin necesidad de hacer una parada en boxes, enseguida me propuso:
—¿Vamos a la cama y me follas otra vez?
Prácticamente me arrastró por el pasillo. Me condujo hasta su cuarto y allí me lanzó sobre su cama deshecha. Apenas me dio tiempo a dejar caer las zapas al suelo sin desabrochar. Tiró del chándal largo y luego del bóxer hasta tenerme completamente desnudo y con el periscopio en alto. No pude más que sonreír al ver lo cachondísima que seguía estando. Igual que yo. Miró hacia mi rabo de palo estrecho y cabeza gorda.
—Parece un jodido chupachups —me dijo, plantando las rodillas sobre el colchón—. No te molesta si no te la como, ¿verdad? Es que el sabor de mi coño no me hace mucha gracia.
—Pues a mí me ha encantado.
—Lo sé… —Sonrió mientras avanzaba lento–. Por eso quiero que le eches otra ración de carbonara y me lo vuelvas a comer.
—Uf… Pero qué burrísimo me pones, joder. —La recibí a horcajadas sobre mis muslos. Establa claro que esta vez me iba a follar ella a mí.
Frotó un poco mi capullo alrededor de su raja y se sentó en plan amazona para cabalgarme al ritmo que quiso. La cabrona iba con prisa. Y no porque se nos acabara el tiempo: quería ordeñarme lo antes posible. Se tomó el segundo polvo de la mañana como si fuera un simple trámite con el que debía cumplir antes de recibir los placeres de mi lengua.
—No es que haya estado con cuarenta… oh, joder… tu puto cabezón me vuelve loca… Pero macho, sí que eres el primer tío al que no le da asco zamparse lo suyo —me dijo—. Eso no se disfruta todos los días, Pablito…
Trataba de justificarse sin necesidad. Estaba casi inclinada sobre mí, con las manos apoyadas en la cama y sus maravillosas tetas al alcance de mi boca. No le dije nada porque estaba entretenido con ellas.
—Los pardillos que desvirgo se corren igual de rápido que tú… pero luego se quedan en el limbo… Blandos y medio muertos… Pero tú… oh, sí, sí, sí, dale, dale… joder, si es que encima follas bien…
Cada vez que Laura me dejaba el coño un poco en alto, desde abajo yo le metía unas buenas empaladas. Agarrado a sus nalgas, tirando de abdominales, le soltaba cuatro o cinco pollazos rápidos que la hacían jadear y cerrar los ojos.
Me buscó la boca unos segundos; no muchos, un morreo fugaz. Lo que me buscó luego fue la oreja. Quizás percibió que ya me estaban entrando ganas de vaciar los huevos otra vez. Quiso ayudarme a acelerar el proceso, y no se le ocurrió nada mejor que cerdear un poco en mi oído, calentarme la cabeza:
—Seguro que si fuese la corrida de otro… me lo comerías igualmente…
—…ya ves… aunque fuese la lefa de mi abuelo… te lo dejaría seco…
—Ja, ja, ja… Eres super marica, Pablito cabrón… pero follas de vicio…
Sin moverse de mi oreja, volvió a dejarme el coño en alto y esta vez ya no lo bajó de nuevo. Fue como acabarme una paja entre sus labios vaginales, solo que mil veces más placentero. Y con el morbo añadido de escuchar a la muy perra diciendo algo que me hizo explotar del todo:
—Aunque ese idiota no sea virgen… Oh, sí, dale, dale, oooh… Dejaría que Boni me follase… Sí, lo haría… Solo para regalarte después su carbonara…
No necesité más que cerrar los ojos para quedarme acoplado a ella.
Me bastó con imaginar a Boni en esa cama; fantaseé con verlo montar a la yegua, empujando con su culito chupado; luego apartarse con el cipote aún goteando; seguro que le gustaría frotar su capullo contra mi cara mientras me bebo a Laura entera…
Con el abdomen tan duro como la polla y los tobillos clavados en el colchón, sentí las convulsiones en toda mi jodida piel, jadeé con auténtica agonía y finalmente la regué por dentro con toda la sustancia que me llenaba los cojones. Me vacié por abajo deseando rellenarme por arriba.
Cuando Laura se incorporó, no me lo pensé dos veces. Doblé su almohada para elevar mi cabeza. Casi sin respiración, todavía con el tornado de energía del orgasmo circulando por mi cuerpo, tiré del suyo desde el trasero.
Esta vez la quise pillar bien fresca y recién ordeñada; quería volver a sorber mi rica lefa saliendo de su carnosa cueva. Y ella, obvio… no puso objeción alguna. Laura se rio al verme tan ansioso, pero también estaba excitada como una tigresa cuando la senté sobre mi cara.
(…)
Epílogo
Esa mañana en que había llegado a la hora de desayunar, poco antes de las once y media obtuvimos nuestro tercer orgasmo. En solo dos horas.
Este fue, además, a golpe de pura verga, sin necesidad de lengüetazos. Me corrí casi a la vez que ella, aunque supongo que no le colé más que residuos. Mis huevos debían estar secos por fuerza. Tampoco tuve energías para bajar a comprobarlo; hasta me escocía un poco la punta del cimbrel. En ese momento tenía más ganas de mear (y echarme una siesta) que de otra cosa.
Laura dejó que me acurrucase unos minutos apoyado sobre sus tetazas. Me acarició la cabeza como un cachorro. Acabó de hacerme feliz diciendo:
—Te lo creas o no, nunca he disfrutado del sexo tanto como contigo. Has sido el mejor pardillo que he desvirgado nunca, y con mucha diferencia.
Oírle decir aquello me infló mogollón el ego. La polla no, pues la tenía como para meterla en hielo. Pero mi ego de semental (semi) hetero sí que lo celebró. Recibió sus palabras con una inmensa alegría.
Luego tuve que hacerlo, aunque no me apetecía nada.
Salí de la cama y me agaché a recoger el bóxer del suelo. Laura todavía ronroneaba sobre el colchón. Nunca había tenido tan pocas ganas de entrenar como en ese momento. Mientras desenrollaba el calzoncillo y me lo ponía, se me fue la vista al corcho de la pared en el que tenía ella colgadas algunas fotos.
—¿Sabes quién es? —me preguntó Laura.
Durante unos segundos seguí mirando las imágenes, pues había sido una pregunta en singular. Entendí que se refería al tío que aparecía repetido más veces (en familia, en pandilla). En dos de las fotos salía solamente con ella.
—Ahora es cuando me dirás que tienes novio, ¿no? —Con el pantalón en la mano, me giré hacia Laura y sonreí—. No te voy a decir ni en broma que eso me parezca mal, obviamente. Lo siento por él y me alegro por mí.
—Ya… Entonces ¿no sabes quién es? —volvió a preguntar.
Miré de nuevo las fotos, subiéndome el chándal. Antes de guardarme el paquete dentro, me llegó un aroma a sexo muy guapo. El olorcito de su coño me hizo seguir sonriendo mientras me fijaba en el tío de las fotos. No podía darme más igual pensar que ella tuviese pareja. Recién follado, todo importa un poco menos. Además, yo no tenía que rendirle cuentas a nadie.
Aun así me fijé en el tío repetido. En las fotos familiares (deduje que los adultos eran sus padres) el maromo vestía de modo formalito, parecía el típico macarra que trata de fingir elegancia, pero cuya cara no puede esconder su origen poligonero. Podría pasar por el hermano mayor de Laura.
En las estampas grupales, los tres chicos que salían (incluyendo al sujeto en cuestión) eran como cromos repetidos. Vaqueros muy ceñidos, botas de cuero negro en los pies, camisa a cuadros y pelo muy corto. Pasarían por una banda de skinheads si no fuera porque ellas eran más y vestían diferente.
Y por último, las dos imágenes de pareja con Laura. Ahí fue donde me di cuenta de que su cara me resultaba vagamente familiar. Aquel tío parecía rondar o superar los veinte, pero no se me ocurría de dónde podía conocerlo.
—¿Sabes quién es o no? —insistió. Había salido de la cama, y llegó a mi lado tan voluptuosa como desnuda. Su cuerpo también desprendía la fragancia sudorosa de haber echado un buen polvo. En este caso, tres.
—¿Debería conocerlo?
—Yo creo que sí lo conoces, que quizá lo hayas visto una o dos veces. Y hace años, además. Pero imagínalo más jovencito, con el pelo largo y rubio.
Volví a mirar las fotos; una por una, imaginando pelo rubio largo en una versión rejuvenecida de aquel tío. Sentí de pronto un nudo en la tripa. Leve, pero muy presente. Laura se aprovechó de verme confuso para apartarme los ojos del corcho y besarme.
Durante el morreo fue como si me diera la respuesta al enigma. Aunque en realidad, fue mi cabeza quien la encontró por sí sola. Era cierto que conocía al maromo rapado de aquellas fotos. De vista y poco más.
—¿A qué cojones estáis jugando, Laura? ¿Esto es en serio? —pregunté en cuanto nuestras bocas se separaron.
—¿Eso quiere decir que ya has reconocido a mi novio?
—Creo que es Diego… —murmuré—. ¿Es Diego? Joder, pero si lo es, de verdad que Boni y tú estáis fatal de la cabeza. ¿En serio que tu novio es el puto Diego Salas?
Asintió son una sonrisa y solamente añadió:
—Entonces… misterio resuelto, Pablito. Ahora que ya te he desvirgado, por fin puedes saber de qué conozco a tu mejor amigo.
Miré las fotos una vez más. En esta ocasión ya no me cabía ninguna duda de que era «El Legionario». Así es como lo llama el idiota de Boni.
Diego Salas es su primo facha y militar. O militar y facha, el cambio de orden no lo hace menos peligroso. Y yo me acababa de follar a su novia.
Me había corrido dentro de su piba nada menos que tres veces.
(…)