NUNCA SERÉ MAYOR
Las amenas tardes, empezaban a ser más interesantes cuando la luz del día dejaba paso a la nocturna de las farolas, volvíamos raudos a casa esperando estar todos los hermanos para reunirnos junto a la chimenea, al chisporrotear de leños por el fuego, acariciándonos la calidez que llenaba el salón de casa al adentrarse la noche.
Acurrucados unos al costado de los otros, por el frio, por el miedo que esperábamos, por las historias que uno de los más mayores se disponía a contar hasta recibir la orden de papá, de irse para la cama.
Esa noche sería una premonición, nos encantaba descifrar cosas de nuestros sueños y deseos cuando llegáramos a ser mayores.
Las carcajadas al descubrir cada uno de esos deseos entre los hermanos eran de todos los volúmenes ante el constante grito de mamá desde la cocina, pidiéndonos silencio, pero las risas eran casi imposibles de silenciar.
Había de todas las futuras profesiones en ese grupo de hermanos ocho en total entre chicos y chicas los que configurábamos esa familia en aquellos tiempos, a veces de alegría y de desastre casi siempre.
Mari sería peluquera la toga y plancharse el pelo era su especialidad, Paco sería payaso, acabó peritaje industrial unos años más tarde, Diego era mellizo de Ana y su deseo el más pintoresco le encantaba limpiar los zapatos, tal es así que papá le hizo su propia caja de limpiabotas, después sorprendió su magnífica aptitud para el arte plástico siendo un escultor premiado a nivel nacional.
Ana melliza de Diego, despuntaba por lo folclórico, recuerdo como tocaba el laúd, pocos años después, formaría parte de aquellos grupos de coros y danzas de la ya ancestral “Sección Femenina” que cada barrio tenía para su entretenimiento, sirviendo de escuela a los más pequeños y herencia de costumbres particulares de cada pueblo, yo quería ser torero, así que los Reyes Magos no tuvieron más remedio que surtir mis regalos de Navidad, uno de aquellos trajecillos brillantes, resbaladizos, de colores que en su momento ni un miura hubiera deseado tener en el albero de la gran plaza que me imaginaba.
Al hacerle la pregunta a la más pequeña Pili, una niña a la que mi madre siempre decía, que parecía una vieja por comentarios adelantados a su edad, entonces tenía tres años, cosas de esas que no se nos ocurría a ninguno de nosotros que la superábamos en edad con diferencia.
Su respuesta cayó como una losa ante la sorpresa, el ambiente cálido del salón y los “podéis bajar la voz “… de mi madre.
Se pudo mascar el silencio cuando al ¿tú que quieres ser de mayor? Esa niña de tres años con la paz que da ser ese ángel viejo, como decía mi madre, espetó…
“Yo nunca seré mayor”
¡Que verdad es esa que las abuela del lugar solían decir cuando una pequeña nos dejaba!, cuando la veíamos como dormida sobre su lecho infantil, rodeada de todas sus muñecas, de sus juguetes y esos dibujos entrañables que quedan a medio hacer sobre su mesita de noche, y decían aquello “era tan buena, que Dios la quiso para él”.
Yo con mis diez años casi recién cumplidos, no entendía muy bien cuál era el motivo, ese de que Dios la quisiera para él, tan pequeña, tan bonita y lista, con tantos Ángeles, Arcángeles, Serafines y Querubines guardianes del cielo, como ya dicen que tiene allá en lo alto a la derecha del padre como nos contaba el padre Vito en la catequesis.
Ese fue el peor momento de mi niñez, tener conciencia de que un Dios pudiera dejarnos esa injusticia incomprensible, ese golpe seco, el mal sabor de boca enjugando las lágrimas que resbalaban por nuestras mejillas, sin entender el porqué.
Aquel sueño me hizo ver que no había sido la pérdida del ángel más pequeño de nuestro grupo familiar de su futuro frustrado, a mi pequeño entender el paso definitivo a esa mariposa que veíamos en Peter Pan, una campanilla que volaba a un futuro mejor, creo que fue envidia lo que sentí después de escuchar lo que conto la mayor de los hermanos de su sueño al poco de la marcha de Pili, la más pequeña del clan familiar.
El grito de sorpresa al verla subir sonriendo por una escalera a la vez que saludaba en ese gesto de cuando te vas de viaje a algún sitio deseado, como siendo ganadora de un premio que los demás no hubiéramos conseguido, acompañada por una luz como parte del attrezzo de un decorado celestial, casi entre brumas.
Nunca tuve el deseo de saber dónde sembraron sus restos, siempre esperé que de ellos creciera una flor blanca, luminosa, radiante y sabia, tal como fue su corto paso por la futura e incierta existencia, la del resto de todos nosotros.
El amanecer volvió a ser uno más, como si nada hubiera pasado, un seco silencio en la casa, nos mirábamos como extasiados, fuera de nosotros, nadie quería ni abrir la boca, ni preguntar cómo se sentían los demás, llevábamos esa sensación entre tristeza y alegría, como herencia de la paz que aquella sonrisa y aquel adiós en la escalera hacia arriba, iluminada, hubiera querido transmitirnos.
Los árboles esperaban de nosotros los gritos de Tarzán, la cuerda de la comba, las tradicionales canciones de las niñas del barrio” al pasar la barca, me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero”, las bolas de cristal o de barro, el deseo de que la suerte nos ayudara a meterlas en el Guá y entre esos juegos guardar un lugar eterno al amor que nos dejó sin nuestro permiso la más pequeña de nosotros al marchar.
Transcurrieron los años alcanzando algunos de nosotros aquellos sueños deseados, otros fueron perdiendo esa facultad de soñar, dejando no se sabe por qué razón la esencia de ser niños, separándonos por distancias geográficas, por niveles sociales, por amores encontrados que empujaron sin saberlo a hacer más distante aún ese espacio que antes fueran estancos e imposibles de separar, fuertes como piedras de pirámides y que se han ido fosilizando al correr de nuestras vidas hasta llegar a esa indiferencia y falta de interés, cambiando a hermanos naturales por otros esos que te iría dando la vida, los verdaderos amigos, con el infortunio de llegar a olvidarse de aquellos que solo lo fueran en los tiempos en los que bajo la mirada paterna fueron corrigiendo los errores, deseando cambiarlos por virtudes que creyeron más importantes, anteponiendo los económicos, sus estatus sociales, obviando el principal valor que reside en la sangre, en la estirpe, en los genes venidos de siempre desde antes de ser en el vientre materno la herencia del hombre, aquel que vino a anteponer por encima de todos los valores el más importante “EL AMOR”
Bah que estupidez es esa del amor, “yendo yo caliente ríase la gente” “el que algo quiere algo le cuesta” y otros tantos refranes dirigidos más a la desunión y al egoísmo, que a la relación interpersonal entre hermanos, “pero que dices” si yo ni me hablo con mis hermanos” ¿me voy a hablar contigo?, así nos estamos volviendo anacoretas dentro de nosotros mismos, somos como aquellas palmeras del desierto, solitarias entre las dunas, dejando que crezcan los dátiles en nosotros, y no dejar que nadie los disfrute, faroles con luz propia y débil que se va apagando sutil y lentamente hasta dejar nuestra propia calle totalmente a oscuras.
La vida debería ser al revés, nacer con la edad de morir e ir disminuyendo en edad, echando día a día el almanaque hacia atrás hasta llegar a la edad de venir al mundo y volver al limbo con la sabiduría de haber tenido todas las experiencias, y transmitirlas a todos aquellos que han de venir nuevamente a este mundo pero cargados con la sabiduría y la experiencia de todo lo bueno y todo lo malo acontecido antes del nuevo relevo, juro por lo más sagrado que este universo sería como nos quisieron enseñar por aquellos años donde un niño podía meter la mano en la boca de un león sin ser herido tan siquiera, ese futuro que esperamos llegue, pero no por nuestros actos y nos colme de la felicidad esperada, pero no por nuestra mano, ese futuro prometido en el que uniríamos nuestras energías a las de todo el universo y disfrutaríamos todos en una bonita existencia pero sin esfuerzo por nuestra mano, sino por el esfuerzo de cada gota de amor que de cada ser fuera regando cada molécula con la que fuéramos haciendo crecer aún más este universo aunque despertáramos después en paramos abarrotados de frutos, seres y animales antediluvianos, por no haber existido el diluvio, ni la muerte, ni el odio, ni hubiera hecho falta paraísos terrenales.
Ahora va siendo el tiempo de despertar, limpiar de nuevo nuestra nave de tiempo, barrer esa arena que la cubre, encender las luces, retomar todos los datos que han de ser nuevamente entregados a los supervivientes del último cataclismo, después de haber nuevamente limpiado este planeta azul de todo lo que aún existía y se ha desarrollado fuera de las ordenes que el mismo universo ha reglado.
Haré desaparecer el libre albedrío, hasta que estos seres que han quedado sobre este azul sepan gobernar con sabiduría y no olviden nunca más el dolor de perder todo lo perdido y sepan valorar el regalo que volvemos a regalarles para su propia felicidad y de todos, que en esa alegría engendren hasta alcanzar el nivel deseado de seres que reinen unidos, para poder relacionarse con el resto de los que habitan todo este universo.
Les mantendremos informados de generación en generación como hicimos en un principio con los del antiguo mundo enseñándoles como a los ancestros, el uso de este planeta, de las tradiciones, de su historia personal y social, para que nunca más tengamos que arrancar de entre ellos la sabiduría enviada, encerradas en los pequeños a los que ninguno supo darle el valor que tenían, dejando que volviéramos a arrebatárselos sin antes haberlos escuchado a aquellos que creyeron más inocentes, solo por ser niños.
Por no saber que la verdad está en la naturaleza, por no seguir lo escrito en ella, por no saber administrarla como hicieran los que contaban administrando sus rebaños de búfalos y su existencia, los que solo cogían lo necesario sin destruir para intereses espurios el resto de lo entregado, por crearse dioses en propio beneficio, por adorarse a ellos mismos, y querer destruir las enseñanzas dadas arrancando las páginas de nuestras normas y sustituyéndolas por otras vanas, mentirosas, vacías que los llevaron a vestirse con ropa de dioses sin serlo, creyéndose más que los demás siendo menos que el que menos era.
El que menos, fue siendo el que más era, ya fue sacrificado, ahora después de este último sacrificio no habrá otro como así prometimos después del diluvio, hay más animales con raciocinio que hombres, estos actúan más por instinto que los propios animales, los animales respetan más las reglas de la naturaleza que los mismos hombres entre ellos.
Hagamos el trabajo que vinimos a hacer hace millones de años, y dejemos sin dejar de prestarles la atención debida para que nunca más se repita tanta barbarie que atenta con el principio de fraternidad que rodea el amor con el que el creador nos regaló la creación.
Yo nunca seré mayor, esta explosión de dolor, de impotencia, nunca más servirá de esperanza ni de angustia para nadie en este universo, no se volverá a escuchar en este cuerpo que es de todos, esta angustia de los que quedaron, y del que de nosotros se hubo de ir abandonando a los suyos, no será nunca más, pues todos los que fueron están, todos los que somos estamos, y todos los que han de ser están siempre juntos en este universo único para todos, juntos en lo antiguo, en el presente y en el futuro que será presente, todos juntos, junto a los tres tiempos, siempre.
Chema Muñoz©