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Al sur de París, en un campo sencillo de arcilla y pasto, Moisés Núñez atrapa pelotas mientras se oyen voces en francés de fondo. Tiene 19 años, nació en Caracas y creció en Guarenas. Hoy entrena con los Lions de Savigny, uno de los clubes más antiguos del béisbol francés.
Isaac Vargas, ganador del premio reportaje RFI 2025. Estudiante de la Universidad de Los Andes, Bogotá, Colombia.
Moisés Niñez Llegó a inicios de 2025 como refuerzo extranjero, y aunque ha sido parte de la selección nacional de Venezuela en tres ocasiones, en Francia encontró un nuevo desafío: jugar en un país donde la pelota caliente no es común.
“Para mí significa orgullo”, dice, “porque llevamos esa pasión desde pequeños, porque nos la inculcan nuestros padres y abuelos. Y traerla a un país que no tiene esa cultura es muy importante para mí”.
Entre dos mundosEn Venezuela, Moisés estaba acostumbrado a estadios llenos. “Allá en cualquier juego pueden haber 150 o 200 personas. Aquí, no”, cuenta. La diferencia cultural la vivió de inmediato. Mientras que en Venezuela el béisbol es el deporte nacional, en Francia la pasión está en otro lado: el fútbol, el rugby o el ciclismo. Cuando el PSG ganó la Champions League, el país entero celebró durante días. En cambio, los partidos de béisbol en Savigny pasan casi en silencio.
El béisbol en Francia no es profesional, pero sí está organizado. Desde 1924 se juega una liga nacional, con equipos repartidos en distintas ciudades. Hoy, según la Federación Francesa de Béisbol y Softbol, hay unos 13 mil jugadores registrados. De ellos, el 15% son latinoamericanos, y la mayoría, venezolanos.
“No siempre fue así”, explica Elliot Fleys, director general de la Federación. “Hace unos años había más estadounidenses y asiáticos. Ahora la nacionalidad más representada en la liga es la venezolana”.
Para equilibrar la competencia y garantizar el desarrollo local, existe una regla: de cada nueve jugadores en el campo, al menos siete deben haber sido formados en Francia. El objetivo es claro: que los clubes aprovechen la experiencia extranjera, pero que los jóvenes franceses tengan espacio para crecer.
El proyecto de los LionsLos Lions de Savigny son un ejemplo de cómo los clubes se han adaptado a esa realidad. “Desde siempre intentamos contratar uno, dos o tres extranjeros cada temporada, según los recursos que tengamos”, dice Tom Dou, jugador del club. “Es una forma de perfeccionar el equipo y poder competir por el campeonato”.
En la liga francesa nadie recibe salario: ni jugadores locales ni organizadores. La excepción son los extranjeros, a quienes los clubes cubren viaje, vivienda y un pago que puede parecer poco comparado con las grandes ligas, pero en un país donde el béisbol es minoritario y se debe a la autogestión, ese esfuerzo es significativo.
Además de jugar con el equipo mayor, los refuerzos extranjeros también son contratados para entrenar a las divisiones menores. Así, jugadores como Moisés no solo refuerzan al club, también transmiten su experiencia a los niños franceses que empiezan a conocer el béisbol.
“Los venezolanos llegan con otra mentalidad”, agrega Tom. “Para ellos el béisbol es la vida. En cambio, un estadounidense viene a Europa por un año, casi como un paréntesis antes de volver a una vida normal. Por eso creo que aquí apostamos más por los latinos porque dan todo por el deporte”.
Iván, el puenteEn 2019, Iván Acuña llegó desde Venezuela para jugar con los Lions. El club lo apoyó con los trámites de una visa de talento y decidió quedarse. Hoy es entrenador principal y jugador del equipo.
“Cuando llegué no sabía nada de la gente, solo lo que veía por redes sociales”, recuerda. “Pero gracias a Dios todo salió como tenía que salir y aquí estamos desde entonces”.
Desde 2021, Iván se convirtió en un vínculo entre Francia y Venezuela. “Ese año trajimos dos venezolanos y un dominicano. En 2022, otros dos venezolanos y un dominicano. En 2023, dos venezolanos más y un americano”, dice.
Entre esos peloteros está Moisés, con quien el club adelanta trámites para que pueda quedarse en Francia más allá de esta temporada.
Iván conoce bien lo que sus compatriotas aportan al béisbol francés: talento, intensidad, otra forma de jugar. Pero también reconoce lo que ellos aprenden aquí. “En Venezuela muchas veces entra el negocio, el dinero, las firmas. Aquí en Francia la gente juega por amor. Lo hacen porque les encanta, y eso es muy bonito”.
La diferencia, dice Iván, resume el intercambio: los venezolanos traen su experiencia y ambición, mientras que en Francia descubren otra manera de vivir el juego, más ligera, más apasionada.
Esa mezcla se siente en los entrenamientos. Antes de empezar, venezolanos y franceses se reúnen en el campo. Entre bromas y risas, algunos franceses se animan a hablar en español, y la barrera del idioma se rompe en medio del juego.
Para Moisés, esas escenas significan más que un simple partido. “He aprendido a tenerle mucho amor al juego y ahora le tengo muchísimo más gracias a ellos”, dice. “Porque ellos están aquí por amor. Y yo también estoy aquí por amor, pero también porque vivo de esto. Y eso me ha hecho valorar más el béisbol”.
Al final, en Savigny, entre voces en francés y en español, el béisbol se convierte en un idioma común. Un lugar donde dos culturas distintas se encuentran y, jugando juntas, aprenden a vivir el deporte de otra manera.
By RFI EspañolAl sur de París, en un campo sencillo de arcilla y pasto, Moisés Núñez atrapa pelotas mientras se oyen voces en francés de fondo. Tiene 19 años, nació en Caracas y creció en Guarenas. Hoy entrena con los Lions de Savigny, uno de los clubes más antiguos del béisbol francés.
Isaac Vargas, ganador del premio reportaje RFI 2025. Estudiante de la Universidad de Los Andes, Bogotá, Colombia.
Moisés Niñez Llegó a inicios de 2025 como refuerzo extranjero, y aunque ha sido parte de la selección nacional de Venezuela en tres ocasiones, en Francia encontró un nuevo desafío: jugar en un país donde la pelota caliente no es común.
“Para mí significa orgullo”, dice, “porque llevamos esa pasión desde pequeños, porque nos la inculcan nuestros padres y abuelos. Y traerla a un país que no tiene esa cultura es muy importante para mí”.
Entre dos mundosEn Venezuela, Moisés estaba acostumbrado a estadios llenos. “Allá en cualquier juego pueden haber 150 o 200 personas. Aquí, no”, cuenta. La diferencia cultural la vivió de inmediato. Mientras que en Venezuela el béisbol es el deporte nacional, en Francia la pasión está en otro lado: el fútbol, el rugby o el ciclismo. Cuando el PSG ganó la Champions League, el país entero celebró durante días. En cambio, los partidos de béisbol en Savigny pasan casi en silencio.
El béisbol en Francia no es profesional, pero sí está organizado. Desde 1924 se juega una liga nacional, con equipos repartidos en distintas ciudades. Hoy, según la Federación Francesa de Béisbol y Softbol, hay unos 13 mil jugadores registrados. De ellos, el 15% son latinoamericanos, y la mayoría, venezolanos.
“No siempre fue así”, explica Elliot Fleys, director general de la Federación. “Hace unos años había más estadounidenses y asiáticos. Ahora la nacionalidad más representada en la liga es la venezolana”.
Para equilibrar la competencia y garantizar el desarrollo local, existe una regla: de cada nueve jugadores en el campo, al menos siete deben haber sido formados en Francia. El objetivo es claro: que los clubes aprovechen la experiencia extranjera, pero que los jóvenes franceses tengan espacio para crecer.
El proyecto de los LionsLos Lions de Savigny son un ejemplo de cómo los clubes se han adaptado a esa realidad. “Desde siempre intentamos contratar uno, dos o tres extranjeros cada temporada, según los recursos que tengamos”, dice Tom Dou, jugador del club. “Es una forma de perfeccionar el equipo y poder competir por el campeonato”.
En la liga francesa nadie recibe salario: ni jugadores locales ni organizadores. La excepción son los extranjeros, a quienes los clubes cubren viaje, vivienda y un pago que puede parecer poco comparado con las grandes ligas, pero en un país donde el béisbol es minoritario y se debe a la autogestión, ese esfuerzo es significativo.
Además de jugar con el equipo mayor, los refuerzos extranjeros también son contratados para entrenar a las divisiones menores. Así, jugadores como Moisés no solo refuerzan al club, también transmiten su experiencia a los niños franceses que empiezan a conocer el béisbol.
“Los venezolanos llegan con otra mentalidad”, agrega Tom. “Para ellos el béisbol es la vida. En cambio, un estadounidense viene a Europa por un año, casi como un paréntesis antes de volver a una vida normal. Por eso creo que aquí apostamos más por los latinos porque dan todo por el deporte”.
Iván, el puenteEn 2019, Iván Acuña llegó desde Venezuela para jugar con los Lions. El club lo apoyó con los trámites de una visa de talento y decidió quedarse. Hoy es entrenador principal y jugador del equipo.
“Cuando llegué no sabía nada de la gente, solo lo que veía por redes sociales”, recuerda. “Pero gracias a Dios todo salió como tenía que salir y aquí estamos desde entonces”.
Desde 2021, Iván se convirtió en un vínculo entre Francia y Venezuela. “Ese año trajimos dos venezolanos y un dominicano. En 2022, otros dos venezolanos y un dominicano. En 2023, dos venezolanos más y un americano”, dice.
Entre esos peloteros está Moisés, con quien el club adelanta trámites para que pueda quedarse en Francia más allá de esta temporada.
Iván conoce bien lo que sus compatriotas aportan al béisbol francés: talento, intensidad, otra forma de jugar. Pero también reconoce lo que ellos aprenden aquí. “En Venezuela muchas veces entra el negocio, el dinero, las firmas. Aquí en Francia la gente juega por amor. Lo hacen porque les encanta, y eso es muy bonito”.
La diferencia, dice Iván, resume el intercambio: los venezolanos traen su experiencia y ambición, mientras que en Francia descubren otra manera de vivir el juego, más ligera, más apasionada.
Esa mezcla se siente en los entrenamientos. Antes de empezar, venezolanos y franceses se reúnen en el campo. Entre bromas y risas, algunos franceses se animan a hablar en español, y la barrera del idioma se rompe en medio del juego.
Para Moisés, esas escenas significan más que un simple partido. “He aprendido a tenerle mucho amor al juego y ahora le tengo muchísimo más gracias a ellos”, dice. “Porque ellos están aquí por amor. Y yo también estoy aquí por amor, pero también porque vivo de esto. Y eso me ha hecho valorar más el béisbol”.
Al final, en Savigny, entre voces en francés y en español, el béisbol se convierte en un idioma común. Un lugar donde dos culturas distintas se encuentran y, jugando juntas, aprenden a vivir el deporte de otra manera.

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