Solo Alejandro Magno tuvo la audacia de intentar un asedio tan temerario: la isla fortificada de Tiro parecía invencible, pero sus tropas macedonias estaban motivadas y decididas, y el joven Alejandro contaba con una arma secreta, la catapulta, una máquina creada para la destrucción de la ciudad.
Si Tiro caía, sería una victoria crucial en la conquista de un nuevo imperio emprendida por Alejandro. Tiro fue una escala clave en una marcha que recorrería más de 16.000 kilómetros y se extendería por tres continentes.
Las primeras catapultas utilizaban la fuerza de tensión para lanzar proyectiles contra las fortificaciones enemigas.
Alejandro y sus ingenieros diseñaron una catapulta mucho más potente, utilizando la fuerza de la torsión, con lo que también casi se duplicaba su alcance. La gran capacidad de Alejandro como estratega y el increíble poder de la catapulta se combinaron para obtener la victoria y abrió el camino a las maquinarias de asedio que darían una nueva forma a la guerra. Se trata de otro ejemplo de la fusión entre el hombre, el momento y la máquina.