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(Aniversario de la Muerte de Ricardo Saprissa)
«Gracias, don Ricardo.» Así se titula, y así concluye merecidamente, la presentación del libro que lleva por título Ricardo Saprissa, el campeón total: Su vida y legado.
«Cuando hablo con personas que conocieron a don Ricardo Saprissa —escribe en la presentación Daniel Sánchez Llibre en calidad de presidente del Real Club Deportivo Español, club barcelonés y catalán— puedo llegar a comprender el gran recuerdo que dejó su estancia en el RCD Espanyol.
»Futbolista —me dicen— de unas cualidades extraordinarias. Amigo de sus amigos y todo un caballero tanto dentro como fuera del campo de juego....
»Aquí en Cantalunya, al margen del fútbol, [se] destacó como un gran jugador de hockey sobre hierba, e incluso llegó a jugar el Campeonato de España con el Real Club de Polo.... La figura de don Ricardo no deja de sorprenderme. Fue olímpico con España en París (1924), formando pareja con Flaquer en la modalidad de tenis. Algo fantástico para un hombre nacido en El Salvador, afincado en Costa Rica y considerado hijo adoptivo en Catalunya.
»Y como no podía ser de otra manera, Saprissa participó en el logro más importante conseguido por el club en sus primeros veintinueve años de existencia. Él estuvo presente en la final de Valencia, la “del agua”. Allí contra los elementos... lograron doblegar al poderoso Real Madrid, [conquistando así su primer campeonato de España]. Fue una gesta que el espanyolismo de entonces, y también el actual, nunca olvidará. Como tampoco quedará en el olvido la figura de Ricardo Saprissa.»1
Aun las personas menos respetables llegarían a respetar, décadas después, la figura de don Ricardo como presidente del Deportivo Saprissa, en San José, Costa Rica. Cuenta su biógrafo costarricense José Antonio Pastor Pacheco que «tras una agotadora reunión, don Ricardo llegó a su casa en horas de la madrugada. Dejó su auto encendido y entró a abrir el garaje. Iba en camino cuando sonó el teléfono. Era un compañero de [la] directiva que deseaba aclarar algún punto. Conversaron unos minutos, pero al colgar, don Ricardo entró al baño y luego se fue a dormir, olvidando por completo su carro.
»Al día siguiente, al entrar al garaje para ir a trabajar, recordó que su jeep estaba en la calle. O al menos eso esperaba...
»Como era de esperar, durante la madrugada apareció alguien que se marchó feliz de la vida en el carro y sin esperar al dueño. No obstante, cuando el asunto llegó a los medios de comunicación, rápidamente apareció el vehículo con una pequeña nota en el asiento que decía más o menos lo siguiente: “Perdone, don Ricardo; no sabía que fuera suyo.” Tal el respeto que se le tuvo siempre.»2
Lo cierto es que tanto los más como los menos respetables hicieron lo justo al tratar así a don Ricardo, llevando a la práctica el siguiente consejo del apóstol Pablo: «Al que deban respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor; ríndanle honor.»3 De modo que no nos queda más que unirnos a ese sentir y decir: «Gracias, don Ricardo.» Gracias por llevar una vida ejemplar que, al igual que el maestro Gamaliel, el discípulo Ananías y el centurión Cornelio en el primer siglo de la era cristiana, mereció el respeto de quienes tuvieron el privilegio de conocerlo,4 y así servirnos de ejemplo en el siglo veintiuno.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
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(Aniversario de la Muerte de Ricardo Saprissa)
«Gracias, don Ricardo.» Así se titula, y así concluye merecidamente, la presentación del libro que lleva por título Ricardo Saprissa, el campeón total: Su vida y legado.
«Cuando hablo con personas que conocieron a don Ricardo Saprissa —escribe en la presentación Daniel Sánchez Llibre en calidad de presidente del Real Club Deportivo Español, club barcelonés y catalán— puedo llegar a comprender el gran recuerdo que dejó su estancia en el RCD Espanyol.
»Futbolista —me dicen— de unas cualidades extraordinarias. Amigo de sus amigos y todo un caballero tanto dentro como fuera del campo de juego....
»Aquí en Cantalunya, al margen del fútbol, [se] destacó como un gran jugador de hockey sobre hierba, e incluso llegó a jugar el Campeonato de España con el Real Club de Polo.... La figura de don Ricardo no deja de sorprenderme. Fue olímpico con España en París (1924), formando pareja con Flaquer en la modalidad de tenis. Algo fantástico para un hombre nacido en El Salvador, afincado en Costa Rica y considerado hijo adoptivo en Catalunya.
»Y como no podía ser de otra manera, Saprissa participó en el logro más importante conseguido por el club en sus primeros veintinueve años de existencia. Él estuvo presente en la final de Valencia, la “del agua”. Allí contra los elementos... lograron doblegar al poderoso Real Madrid, [conquistando así su primer campeonato de España]. Fue una gesta que el espanyolismo de entonces, y también el actual, nunca olvidará. Como tampoco quedará en el olvido la figura de Ricardo Saprissa.»1
Aun las personas menos respetables llegarían a respetar, décadas después, la figura de don Ricardo como presidente del Deportivo Saprissa, en San José, Costa Rica. Cuenta su biógrafo costarricense José Antonio Pastor Pacheco que «tras una agotadora reunión, don Ricardo llegó a su casa en horas de la madrugada. Dejó su auto encendido y entró a abrir el garaje. Iba en camino cuando sonó el teléfono. Era un compañero de [la] directiva que deseaba aclarar algún punto. Conversaron unos minutos, pero al colgar, don Ricardo entró al baño y luego se fue a dormir, olvidando por completo su carro.
»Al día siguiente, al entrar al garaje para ir a trabajar, recordó que su jeep estaba en la calle. O al menos eso esperaba...
»Como era de esperar, durante la madrugada apareció alguien que se marchó feliz de la vida en el carro y sin esperar al dueño. No obstante, cuando el asunto llegó a los medios de comunicación, rápidamente apareció el vehículo con una pequeña nota en el asiento que decía más o menos lo siguiente: “Perdone, don Ricardo; no sabía que fuera suyo.” Tal el respeto que se le tuvo siempre.»2
Lo cierto es que tanto los más como los menos respetables hicieron lo justo al tratar así a don Ricardo, llevando a la práctica el siguiente consejo del apóstol Pablo: «Al que deban respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor; ríndanle honor.»3 De modo que no nos queda más que unirnos a ese sentir y decir: «Gracias, don Ricardo.» Gracias por llevar una vida ejemplar que, al igual que el maestro Gamaliel, el discípulo Ananías y el centurión Cornelio en el primer siglo de la era cristiana, mereció el respeto de quienes tuvieron el privilegio de conocerlo,4 y así servirnos de ejemplo en el siglo veintiuno.
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