Hace mucho tiempo que El último Vecino dejó de ser una promesa. El genio creador de Gerard Alegre, separado de lo común y destinado al éxito, ha dado muestras de radical singularidad y talento desde su debut, pero nunca de tanto convencimiento y predisposición al placer como en las nueve canciones que conforman su nuevo álbum, el tercero, Juro y Prometo. Sería un sinsentido reducir Juro y Prometo a una calificación estereotipada y simplificadora como “pop sintetizado ochentero”; hablar de revival, una necedad insufrible. Tan imprescindible es llamar la atención sobre la capacidad de Gerard para asimilar la música de los ochenta como celebrar su poder para reformularla y crear desde la nada. Todo el disco contiene y provoca una expulsión de lo nocivo, una transformación interior, una completa liberación guiada por la voz de Gerard, que conmueve y excita, y es el perfecto contrapunto orgánico al frío artificial de los instrumentos.