Las garrapatas se encuentran a menudo en la hierba alta,
donde esperan en el extremo de una hoja para intentar engancharse a cualquier
animal (o humano, a veces) que pase. Pueden esperar semanas o meses antes de
hallas un hospedador adecuado. Pero cuando lo encuentran… ¡ay, cuando lo
encuentran! Trepan sobre ella, perforan la piel, empiezan a succionar sangre y
dan su añorado SABLAZO, una de sus palabras favoritas.
Pero ni siquiera eso es lo peor: una vez agarradas, su
cuerpo se hincha hasta tal punto que segrega un pegamento que se adhiere al
hospedador para seguir alimentándose. Es prácticamente imposible que el hospedador
pueda sacarse la garrapata de encima, a menos que ella quiere. Y spoiler
alert: no suelen querer separarse la garrapata una vez que encuentran
alguien a quien chupar la sangre.
¿A qué viene esta brasa sobre las garrapatas en una
crítica sobre el nuevo disco de Natos y Waor? Bueno, primero,
porque siempre viene bien prevenirse de las garrapatas: os aconsejo
identificarlas con tiempo. Y segundo y más importante, porque el dúo
madrileño es uno de los mejores ejemplos de cómo distanciarse de ellas y
combatir el garrapatismo mal entendido (es decir, no el de la estela de Los
Delinqüentes) a través de una lírica frontal y un modelo de conducta
especialmente esquivo ante postureos y dinámicas relacionales de dudosa
procedencia.
No son omnipresentes en medios de comunicación, desde la
opinión pública parece prácticamente que no existieran y, sin embargo, estamos
ante uno de los proyectos más relevantes e influyentes de la música urbana
española y un fenómeno que, más allá de una capacidad de convocatoria y de
expansión iberoamericano evidente del proyecto, también han ido avanzando,
disco a disco, musicalmente en tantas direcciones como las que proyectan en su
álbum más poliédrico hasta la fecha.
En “Luna Llena” siguen sonando tan desconfiados como
siempre (¡bien que hacen!) pero especialmente versátiles, que es
algo en lo que el proyecto Hijos de la Ruina junto a Recycled J haya tenido
mucho que ver, posiblemente. Más allá de momentos como “Hasta que salga el sol”
o “Platos rotos” donde colabora el artista madrileño y suenan especialmente poperos
y electrónicos (como en “Tomo demasiado”); lo nuevo de Natos y Waor hace ojos a
una suerte de trip-hop reflexivo (“Septiembre” o “Rebeldes sin causa”), al
reggaetón rumbero (“Rumba”, “Vale Tudo”), al rock-pop estilo Alizzz (“Noches
sin dormir”), al rock urbano con guiño a Marea (“Quiero volar”, con colabo de
Kutxi Romero), al hardcore-rap noventero (“Cura de humildad” o “Los 90”), al
italo-disco (“Dame calor”) o bases con guitarras reverberantes que recuerdan a
Héroes del Silencio (“Tenías razón”).
Nueva clase magistral de un proyecto que, sin
multinacional ni el ojo público permanentemente en agitar el avispero, consigue
esquivar garrapatas y hacer su propio camino sin dar sablazos para dar de comer
a sus hijos. “La procesión se lleva dentro, al igual que
el estilo: la mona siempre será mona, aunque vista de Moschino”,
cantan en “Cura de humildad”. No tengo más preguntas, señoría.
Alan Queipo.