A Teresa siempre le apasionó el color, le encanta el contraste que genera la policromía. Siendo pequeña, ganó un concurso en el que el premio era un huevo de chocolate decorado con azúcar de colores, el huevo era más grande que Teresa. A pesar de que su madre no apoyaba su participación, se sintió tan orgullosa al haber obtenido este pequeño gran logro que comenzó a ser rebelde y a decir que no, a hacer las cosas que ella quería sin importar que le dijeran o pensaran, comenzó a ser cabezota. Recibió los estudios clásicos en Turín, en un colegio de monjas, donde la educación fue muy dura, pero le enseñaron rectitud, lo cual le benefició, ya que siempre ha sido un poco caballo loco y esto le ayudó a tener una dirección en la vida.
Tras finalizar sus estudios en arquitectura, le dieron una plaza en Parsons School of Design, en el politécnico de Turín, donde fascinada por las bellas artes pudo experimentar nuevas técnicas con la libertad americana, en esa época eran actos muy atrevidos para una italiana del norte con una educación católica.
Llegó a Madrid por amor y sigue por amor, por diferentes tipos de amor. El primero fue por un hombre, padre de sus hijos mellizos; el segundo, amor a la ciudad, el país, al calor, al ambiente… y por su profesión, sin ella no sabría quién ser y qué hacer. Se la considera arquitecto, pero ella cree que le define más creadora de espacios, transforma las reflexiones sobre la vida en realidades con diseño.
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