Hoy, en Otro Puchero Es Posible, hablamos de todo el trabajo de cuidados que implica alimentarnos: decidir qué se va a comer, comparar precios, hacer la compra, ordenar la despensa, gestionar tiempos y pensar qué se aprovecha y qué no.
Cuando pensamos en economía, casi siempre nos vienen a la cabeza el trabajo asalariado, las empresas, el dinero. Pero esa es solo una parte, pues la vida cotidiana se sostiene gracias a un trabajo que no aparece en las estadísticas oficiales y que, sin embargo, es imprescindible: el que garantiza que haya comida en la mesa, que cuidemos a quienes lo necesitan y que la vida siga su curso. Ese trabajo, que no cuenta en el PIB, es el que realmente sostiene la economía.
La economía feminista lleva décadas señalando esta trampa: mientras el sistema reconoce lo que genera beneficio privado, invisibiliza lo que sostiene la vida. Y esas tareas —planificar, organizar, cocinar, cuidar— no son “un complemento doméstico”, sino un trabajo central para que todo lo demás exista. Cuando no lo vemos, también dejamos en la sombra las desigualdades que lo atraviesan: quién las hace, quién entrega su tiempo, quién carga con la responsabilidad.
Por eso hablamos de corresponsabilidad: de repartir estas tareas alimentarias dentro de los hogares, pero también de que comunidades e instituciones se impliquen, visibilicen y apoyen todo este trabajo que sostiene la vida. Reconocerlo es el primer paso para que no recaiga siempre sobre las mismas y para poder construir formas más justas de alimentarnos y de vivir.