En medio de un país dividido, Anna B. Warner escribió una canción para consolar a un niño ficticio. No imaginó que esas palabras —"Cristo me ama, bien lo sé"— cruzarían generaciones. Con música de William Bradbury, nació un himno eterno, simple y profundo. Hoy, sigue recordándonos que, sin importar la edad o las heridas, siempre hay lugar en los brazos de Jesús.