Darío creció sin la figura de su padre, lo que dejó un vacío que lo llevó a la desesperación y a caer en las adicciones. A los 21 años, enfrentó una grave enfermedad y, en su peor momento, escuchó el mensaje transformador de Cristo, quien le reveló que Él siempre fue su Padre. Ese encuentro cambió su vida, sanando no solo su dolor, sino también restaurando su relación familiar. La historia de Darío nos recuerda que, aunque la ausencia de un padre terrenal deja un vacío profundo, Dios se presenta como un Padre amoroso que nunca nos abandona. En momentos de angustia, podemos acudir a Él con confianza, sabiendo que Su amor es incondicional y siempre está dispuesto a guiarnos, sanarnos y darnos paz.