Esta vida es una batalla constante, pero cuando descansamos en Dios y dejamos que Él tome control de nuestras vidas, esas batallas las pelea Él, ofreciéndonos la tranquilidad de que no podemos estar en mejores manos.

Muchas veces en la vida pasamos más tiempo quejándonos que siendo agradecidos. Olvidamos lo mucho que tenemos, y nos quejamos de lo poco que no tenemos, y casi siempre, nuestras quejas no tienen fundamento.

Los cambios siempre están llenos de emociones y sentimientos encontrados, pero siempre se sobrellevan mejor si tenemos una buena compañía. Sin duda, la mejor compañía para cualquier circunstancia, siempre es Dios.

Así como Dios trajo bendición sobre los israelitas y egipcios a la vez, al hacer de estos últimos una nación libre, Él también nos quiere liberar de las cadenas del pecado y bendecir así nuestras vidas mediante Cristo Jesús.

La libertad de la muerte se pagó a precio de sangre para los israelitas. De igual forma, nuestra libertad ya se pagó con precio de sangre: la sangre de Jesús. ¿Aceptaremos el regalo de Su sacrificio por nosotros?

Dios amó de tal manera al mundo que envío a Su Hijo Jesucristo a morir por nuestros pecados. Sin embargo, no todos reconocen ese sacrificio de Jesús como el acto que les puede traer salvación. Eso marca la diferencia, y Dios sí la puede notar.

La gracia de Dios es una locura si la queremos entender a la luz de los estándares humanos. Esa gracia inexplicable es la que Él nos extiende para salvación y vida eterna.

Dice un famoso proverbio o frase: “no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista”. ¿Hasta cuándo entonces insistiremos en buscar nuestro propio deseo, y no buscar de todo corazón lo que agrada a Dios?

Cuando nos quedamos a medias en las acciones que tomamos, nunca obtendremos el resultado deseado. Todo aquello que pudimos haber logrado quedará incompleto, y el destino al que pudimos haber llegado, nunca lo conoceremos.

El castigo es necesario. Sólo a través de él aprendemos a crecer, a madurar y andar en integridad. No obstante, aún en medio del castigo, Dios nos extiende Su misericordia. Su castigo también es una muestra de Su misericordia.