En esta segunda entrega del monográfico dedicado a Pierre Boulez con motivo de su centenario, Ars Sonora profundiza en la madurez creativa del compositor francés, analizando su integración de las tecnologías electroacústicas con los instrumentos tradicionales, así como su papel como fundador del IRCAM. La emisión traza un arco temporal que abarca desde "Répons" (1981-1984) hasta "Anthèmes II" (1997), revelando cómo Boulez superó su inicial escepticismo hacia los medios electrónicos para crear obras pioneras en la interacción entre instrumentos acústicos y procesamiento digital.
La fundación del IRCAM (Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique), en 1977, marcó un punto de inflexión en la carrera de Boulez. A diferencia de laboratorios y estudios de grabación anteriores, como el GRM regido por Pierre Schaeffer también en París, el IRCAM combinó la investigación científica con la creación artística bajo una filosofía interdisciplinar. El IRCAM, por lo demás, no fue solo un centro tecnológico, sino un manifiesto arquitectónico: su diseño subterráneo bajo el Centre Pompidou intentaba simbolizar la ruptura con las tradiciones más academicistas (desde la perspectiva actual, ciertamente debe cuestionarse si este propósito ha sido alcanzado o no). Este "Silicon Valley de la música contemporánea" —así lo denominó, algo exageradamente, el semanario The New Yorker en 1984— permitió a Boulez, por ejemplo, materializar las ideas esbozadas en "Poésie pour pouvoir" (1958), obra que —tal y como se argumentó en el programa anterior— el compositor abandonó debido a las limitaciones técnicas del momento, pero cuya problemática resurgió en "Répons". Para este proyecto el propio Boulez coordinó equipos multidisciplinares dentro de los cuales ingenieros como Andrew Gerzso desarrollaron sistemas de procesamiento en tiempo real que revolucionaron la espacialización sonora.
Estrenada en 1981 y expandida hasta 1984, "Répons" representa la culminación de dos décadas de investigación. La obra establece un "juego de espejos acústicos" entre seis solistas (arpa, címbalo, vibráfono, glockenspiel/xilófono y dos pianos), una orquesta de cámara y un sistema de veinticuatro altavoces. Boulez utilizó algoritmos desarrollados en el IRCAM para transformar los sonidos instrumentales en tiempo real, creando una textura donde lo acústico y lo digital se entrelazan como en un caleidoscopio sonoro. La estructura en espiral de la obra —organizada en una introducción, ocho secciones y una coda— retoma el concepto medieval de canto responsorial, actualizándolo mediante técnicas de espacialización que envuelven al oyente. Como señaló el crítico Paul Griffiths, "cada intervención solista genera un eco digital que se propaga por la sala como onda expansiva".
Por su parte, en "Dialogue de l'ombre double" (1985), Boulez traslada al terreno electroacústico la dualidad presente en el drama "El zapato de raso" de Paul Claudel. El clarinete solista interactúa con su "doble espectral" —una parte pregrabada procesada mediante líneas de retardo y modulaciones de frecuencia—, en un juego de ausencias/presencias que anticipa conceptos propios de la realidad virtual. La musicóloga Carmen Noheda ha destacado cómo la espacialización a través de seis altavoces crea una "topografía sonora móvil", dentro de la cual el intérprete físico y su avatar electrónico negocian constantemente su posición en el espacio. Esta obra, concebida como homenaje a Luciano Berio, sintetiza el interés de Boulez por la poética del espejo —tema recurrente en su catálogo— mediante el uso de una tecnología que convierte cada gesto instrumental en un material sonoro extremadamente maleable.
La génesis de "...explosante-fixe..." (1991-1993) revela el método compositivo bouleziano: partiendo de un esbozo de 1972 concebido como elegía a Stravinsky, el compositor desarrolló durante dos décadas un sistema de variaciones infinitas mediante herramientas digitales. La flauta MIDI solista —instrumento híbrido que combina sensores de movimiento con síntesis granular— dialoga con dos "flautas sombra" y un ensemble, mientras un conjunto de algoritmos genera derivaciones microtonales en tiempo real. Boulez describe el proceso como "geología sonora": cada capa estratigráfica revela nuevas relaciones entre el material temático original y sus transformaciones electrónicas. El título, tomado de André Breton, encapsula esta tensión entre lo fijo ("fixe") y lo explosivo ("explosante"), entre la partitura escrita y la improvisación algorítmica.
En su última incursión electroacústica, "Anthèmes II" (1997), Boulez lleva al extremo el concepto de instrumento aumentado. El violín solista se multiplica digitalmente mediante un sistema de muestreo en tiempo real, creando un "cuarteto virtual" donde cada línea responde a parámetros gestuales capturados por sensores. La obra estructura seis secuencias que exploran desde el "glissando" continuo hasta pulsaciones rítmico-armónicas, siempre mediadas por procesamientos espectrales. Como señala el violinista Hae-Sun Kang, "la electrónica no acompaña, sino que devora y regurgita el material sonoro, obligando al intérprete a renegociar constantemente su rol".
Al conmemorar el centenario bouleziano, se impone una reflexión crítica sobre la relevancia histórica y actual de sus innovaciones (estéticas y, particularmente, políticas —sobre todo en el ámbito de la gestión cultural, donde el poder ejercido por Boulez no tuvo parangón—). Si bien el IRCAM continúa representando una referencia en el terreno de la música computacional, su modelo verticalista —radicalmente contrario a los planteamientos propios del código abierto ("open source"), más horizontales y democráticos— viene siendo cuestionado, desde hace décadas, por las nuevas generaciones de compositores y, especialmente, de artistas sonoros.
La paradoja final reside en que obras como "Répons", concebidas para tecnología punta, hoy se interpretan mediante simples emulaciones de software que se actualizan constantemente, y que hoy ya pueden ejecutar los más sencillos —y baratos— sistemas de procesamiento digital. Como afirma el compositor Tristan Murail, "Boulez creó máquinas del tiempo sonoras, dispositivos donde pasado y futuro colisionan en un presente perpetuo". En cualquier caso, este doble monográfico ayuda a constatar cómo Boulez trascendió su etapa de "joven furia" serialista para convertirse en un arquitecto de nuevos paisajes acústicos. Sus investigaciones en el IRCAM no solo produjeron obras seminales, sino que redefinieron el estatuto epistemológico de la composición, fusionando arte, ciencia y filosofía en un proyecto totalizador. En un contexto cultural donde la música electroacústica lucha por mantener su relevancia, el legado de Boulez persiste como desafío: ¿puede la tecnología continuar siendo un fértil territorio de innovación estética y no un mero instrumento de reproducción de las estructuras de poder institucionalizadas?
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