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Caso de éxito de Carlos o como perder 3 kilos en 3 meses entrenando menos días por semana


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Caso de éxito de Carlos
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Carlos se puso en contacto conmigo porque estaba cansado. Cansado de no reconocerse en el espejo, cansado de prometerse que iba a cambiar y cansado de no encontrar nunca el momento. Trabajo, familia, poco tiempo… y una media maratón que parecía más un castigo que un reto.
Hoy te voy a hablar del cambio de Carlos en los primeros tres meses que estuvimos trabajando juntos, cómo se resolvieron los problemas iniciales y por qué a veces, menos es más aunque sea en realidad lo mismo.
1. Introducción: ¿Por qué este caso es interesante?
Te presento a Carlos. Cuarenta tacos, ingeniero informático, padre de un peque de cinco años y con la típica agenda que parece diseñada por alguien que te odia: trabajo sentado diez horas al día, carreras al cole, reuniones, y al llegar a casa lo que menos le apetece es ponerse a hacer sentadillas. Para colmo, la rodilla ya le había dado guerra hace tiempo con una tendinitis. Vamos, que lo de entrenar le sonaba más a riesgo de lesión que a pasatiempo.
El caso de Carlos es interesante porque es la vida real. Ni influencers del fitness que se pasan el día en el gimnasio, ni milagros de “pierde 10 kilos en un mes con este batido mágico”. No. Carlos es un tipo normal con barriga de oficina, con ganas de mejorar pero también con el tiempo contado. Quería perder grasa, ponerse en forma y, ojo, no quedar el último cuando corriera la media maratón con sus amigos. El problema: ni tenía tiempo para entrenar cinco días a la semana, ni motivación para seguir rutinas que le exigieran más disciplina que un monje tibetano.
Y aquí es donde entra lo interesante: cómo convertir a alguien con todas las excusas del mundo (familia, trabajo, poco tiempo, rodilla delicada) en una persona que no solo adelgaza, sino que además se siente fuerte, corre más rápido y sobrevive tres meses de entrenamiento sin morir en el intento. Porque lo de perder peso puede hacerlo cualquiera… pero hacerlo sin amargarte la vida, esa ya es otra historia.
2. El punto de partida de Carlos
Carlos llegó a mí con un currículum físico bastante claro: 86 kilos en la báscula, un 23% de grasa corporal (lo suficiente para que los vaqueros apretaran más de la cuenta) y una cintura de 97 centímetros que no mentía. Vamos, que si la tripa tuviera un botón de “reset”, él lo habría pulsado sin dudar.
Su estado físico lo definía como “normal tirando a malo”, que es básicamente la forma educada de decir “me canso subiendo las escaleras, pero tampoco estoy para pedir oxígeno”. Tenía algo de experiencia corriendo —llevaba un par de años saliendo a trotar—, pero el gimnasio era otra historia: lo había probado, sí, pero lo había dejado porque se aburría y porque su rodilla derecha, con antecedentes de tendinitis, le recordaba que ya no tenía veinte años.
El gran problema de Carlos no era que no quisiera entrenar, sino que no podía mantener la constancia. Semana que entrenaba, semana que se saltaba. Alguna vez iba al gimnasio, otra lo dejaba porque el trabajo lo absorbía, y en las semanas malas lo único que levantaba era el mando de la tele. Para colmo, cuando intentaba seguir un plan demasiado ambicioso, se frustraba rápido: sentía que fallaba, que no cumplía, y eso le generaba aún más estrés. Un bucle de manual.
¿Y qué quería conseguir? Pues lo que mucha gente: perder peso y grasa, recuperar un cuerpo con el que se sintiera a gusto en el espejo y, ya puestos, prepararse para la media maratón de diciembre. Su miedo: ser el amigo que se queda el último, ese que todos esperan en la meta con la cerveza caliente. Su objetivo: bajar hasta un 15% de grasa corporal, perder entre 8 y 10 kilos, y ser capaz de correr 10 kilómetros en menos de 55 minutos como paso previo a los 21.
En resumen, un tipo ocupado, con barriga de oficina, una rodilla un poco puñetera y el tiempo justo. No es el perfil del “superhéroe de Instagram”, pero precisamente por eso es interesante: porque es el perfil de la mayoría de los que quieren entrenar de verdad.
3. La estrategia que seguimos juntos
Con Carlos no hacía falta inventar la pólvora, sino pensar con cabeza. Su objetivo era triple: perder grasa, ganar fuerza y preparar una media maratón. Si hubiéramos atacado solo uno de esos frentes, habría salido mal: ¿qué sentido tiene correr 21 kilómetros con un cuerpo débil? ¿O ganar músculo pero seguir con la barriga y sin aguante para trotar más de media hora? Teníamos que hacerlo todo… pero sin volverlo loco.
La estrategia fue sencilla en su planteamiento y realista en su ejecución:
Entrenar fuerza para darle a su cuerpo lo que le faltaba: músculo. Ese músculo no solo mejora la forma física, también es la herramienta secreta para quemar más grasa incluso en reposo. Y de paso mejorar su fuerza que tampoco es que fuera nada espectacular.
Meter sesiones metabólicas para que esos músculos aprendieran a trabajar en movimiento real, de forma rápida, funcional y con gasto calórico extra. Este paso era poner en práctica todo lo que se gana con el entreno más clásico de gimnasio y de paso mejora su VO2 máximo (que ya te hable en el episodio anterior) y su condición cardiovascular general.
Mantener la carrera porque su meta no era solo estética. Tenía un reto concreto, la media maratón, y no podíamos dejarla de lado. Si vas a correr una media maratón vas a tener que meterle algunos kilómetros a las piernas. Eso es inevitable.
Balance y equilibrio porque el papel lo aguanta todo pero nuestro cuerpo no siempre. Aquí lo jodido es balancear estas tres patas del entreno para sacar lo máximo sin que una fastidie la otra.
Y todo esto bajo un paraguas: el EMA, Entrenamiento Metabólico Adaptativo. Lo que hace este método es unir fuerza y metabólico de forma progresiva, ajustando el plan a la persona. Carlos no necesitaba un programa militar ni tablas imposibles; necesitaba un sistema flexible, que se fundiera con sus semanas de curro y familia, pero que no se quemara. Y eso fue exactamente lo que hicimos: un plan adaptado a su vida, no su vida adaptada a un plan.
La magia no estuvo en los ejercicios concretos, sino en el enfoque. Le dimos lo necesario para progresar, lo suficiente para no lesionarse y lo justo para que pudiera cumplir semana tras semana. Ni castigos, ni promesas irreales, ni obsesión. Solo constancia, adaptación y lógica.
4. Fase 1: Construir la base
La primera fase con Carlos fue como construir los cimientos de una casa: nada de decorar la terraza con luces LED si antes no tienes paredes sólidas. Así que trabajamos lo básico: fuerza general y un poco de metabólico al final de cada sesión para que sudara lo justo y empezara a recordar que el cuerpo está hecho para moverse, no solo para sentarse en una silla diez horas seguidas.
Le metimos lo clásico pero bien hecho: sentadillas, peso muerto, press de banca, jalones, presses militares… movimientos grandes, de los que reclutan músculo a lo bestia y hacen que el cuerpo empiece a despertar. Al principio los hacía con cara de “esto me va a matar”, pero en cuanto pilló la técnica, las barras dejaron de parecer instrumentos de tortura medieval y empezaron a ser un reto divertido.
Como hacía tiempo que no entrenaba, y menos tan seguido, se compró unos guantes para el gimnasio en Amazon. Recuerdo cuando me lo dijo y me envió una foto para ver que me parecían. Me parecían feos, se lo tuve que decir. Eran negros con unas líneas azules que… Que a mi no me gustaban.
No se lo dije el primer día, él estaba ilusionado y eso le dio motivación extra y no era plan de quitarsela por que a mi no me guste el color de los guantes. A ver, se lo comenté ya casi al final del trimestre cuando ya había confianza después de tanto hablar. A su mujer creo que tampoco le gustaban mucho. En fín…
Desde el principio ya le dije que tuviera especial cuidado con las sentadillas y ejercicios de pierna en general y de flexión de rodilla en particular. Era preferible subir de peso más despacio que tener una lesión, que por pequeña que fuera, lo retrasaría todo muchos días, o incluso semanas.
El bloque metabólico fue la guinda. Nada de estar una hora en la cinta mirando el móvil. Hablo de circuitos cortos: burpees, snatches, saltos. Intensos, rápidos, de esos que en diez minutos te hacen sentir que te han pasado por encima un camión… pero luego te dejan con una sonrisa rara, mezcla de dolor y orgullo.
Para no aburrir recitando una retahíla de ejercicios, series, repeticiones, tempos y descansos te diré que se programó un entrenamiento semanal de 4 días. Que al principio la prioridad fueron los entrenos clásicos para tener base con un enfoque de tirón/empujón a días alternos (tirón, empujón, tirón, empujón). Con metabólicos simples a modo de complemento al final los días que no iba a correr y el salir a correr que era el objetivo. Así ya sabía que quitar si iba corto de tiempo o algo pasaba en su semana.
¿Resultados a las 6 semanas?
Bajó un par de kilos, de 86 a 84.
Redujo la cintura unos tres centímetros.
Sumó 10 kilos a la banca y 15 a la sentadilla.
Y lo mejor: pudo entrenar sin que la rodilla se quejara demasiado.
Pero más allá de los números, lo importante fueron sus aprendizajes:
Constancia: descubrió que podía entrenar 4 días… aunque algunas semanas fueran un Tetris imposible. Te comento esto más adelante.
Técnica: dejó de mover las pesas como si fueran maletas en el aeropuerto y empezó a levantar con control y seguridad.
Confianza: se vio progresando y que iba mucho mejor a nivel de energía, de movilidad y de fuerza. Si bien pasar a mover 10 kilos en más en banca en 6 semanas en Instagram es una mierda, el mundo real, en el mundo de Carlos es una barbaridad. Es ver que se puede, que merece la pena el esfuerzo, que hay recompensa.
Y puede que muchos desprecien ese entreno porque el peso absoluto era bajo, o mejor dicho no muy alto (de momento).
5. Fase 2: Hipertrofia funcional adaptada a 3 días
Aquí fue cuando tocó poner los pies en la tierra. Carlos lo intentó con 4 días, sí, pero la vida se encargó de recordarnos que él no era un veinteañero con tardes libres, sino un padre currante con poco tiempo. Algunas semanas cumplía el plan entero, otras corría al gimnasio con prisa y hacía los entrenos a medias, y otras directamente se lo saltaba. ¿Resultado? Más estrés que progreso. Y como el objetivo no era amargarle la existencia, tomamos la decisión más lógica: bajar a 3 días por semana.
¿Y qué pasó? Pues que en cuanto quitamos esa presión de encima, la cosa empezó a funcionar mejor. Ahora cada sesión estaba diseñada para que tocara todo lo importante de golpe:
Un bloque de fuerza, con básicos pesados (banca, sentadilla, peso muerto, dominadas).
Un toque de volumen, con accesorios para brazos, glúteos y core, que siempre vienen bien para verse más fuerte en el espejo.
Y un metabólico final, corto o largo según el día, para que sudara y siguiera quemando grasa como si llevara el horno encendido.
La idea era simple: “haz estos tres entrenos y ya tienes la semana hecha”. Nada de sentirse culpable si no llegaba al cuarto día, porque directamente ya no existía.
¿Resultados al terminar las 12 semanas? Aquí viene lo jugoso:
Bajó de 86 a 82,5 (3,5 kilos menos, que parece poco hasta que te pones un pantalón y te viene ancho y te sobra cinturón).
Redujo la cintura de 97 a 91 cm, seis centímetros menos de barriga.
El porcentaje de grasa bajó hasta el 19-20%, que ya es estar en un rango saludable y visible.
En fuerza, se sacó de la manga un press banca con 75 kilos a 6 repeticiones, una sentadilla de 90 kilos y un peso muerto con 102 también. Nada mal para alguien que seis semanas antes veía una barra y pensaba en colgar la ropa.
En cardio, mejoró tiempos: pasó de correr 10 km en más de una hora a hacerlo en 56-57 minutos. Ahora la media maratón ya no era un sueño lejano, sino un objetivo posible.
Lo más importante, sin embargo, no fueron los números, sino la cabeza. Al quitarle la losa de tener que cumplir un plan imposible, Carlos dejó de frustrarse, empezó a disfrutar y convirtió el entrenamiento en algo que le daba energía, en vez de quitársela. Y eso, créeme, vale más que cualquier kilo perdido.
6. El progreso real (números y sensaciones)
Vale, vamos a poner las cartas sobre la mesa. Esto no es un anuncio de teletienda con abdominales marcados en tres semanas. Es un progreso de verdad, con números que cualquiera puede conseguir si se pone en serio y con sensaciones que valen incluso más que esos números.
Comparativa antes/después:
Peso: empezó en 86 kg, terminó en 82,5. Ojo, no son “los 10 kilos en un mes” que prometen algunos gurús, pero son 3,5 kilos menos de lo que sobraba… y esta vez no van a volver tan fácil.
% de grasa: de un 23% bajó a rondar el 19-20%. Ya no hablamos de barriga de oficina, sino de un cuerpo que empieza a asomar definición.
Cintura: de 97 cm pasó a 91 cm. Seis centímetros que, traducido al idioma de la ropa, significa que tuvo que volver a apretar el cinturón un agujero más.
Fuerza: la banca pasó de 60 a 75 kg, la sentadilla de 70 a 90 kg y el peso muerto de 75 a 102 kg. En resumen: ahora levanta más peso del que pesaba su hijo, su pareja y probablemente hasta el perro juntos.
Cardio: arrancó corriendo 10 km en más de una hora (con cara de sufrir) y los terminó bajando a 56-57 minutos. Eso ya es ir dejando de ser “el amigo que cierra el grupo” para empezar a ser “el que marca el ritmo”.
Pero lo mejor no se mide con números. Energía, motivación y confianza:
Antes llegaba del trabajo sin ganas de nada. Ahora tiene energía para entrenar y aún le quedan fuerzas para jugar con su hijo sin que le duelan las rodillas ni la espalda.
Pasó de sentirse culpable por saltarse entrenos a sentir orgullo por cumplir siempre con tres sesiones bien hechas.
Y lo mejor: dejó de mirarse al espejo con resignación y empezó a hacerlo con una media sonrisa. No porque tuviera el six-pack de la portada de Men’s Health, sino porque veía que estaba cambiando y, sobre todo, que podía hacerlo, con algún sacrificio, pero sin hipotecar su vida.
En resumen: Carlos perdió grasa, ganó músculo, mejoró sus marcas, corrió más rápido y, sobre todo, recuperó la confianza. Y todo sin planes imposibles, sin dietas extremas y sin sentir que estaba fallando cada semana. Eso sí que es un progreso real.
7. Qué aprendimos con Carlos
Si algo me enseñó trabajar con Carlos es que entrenar no va de levantar más hierro que tu vecino del gimnasio ni de hacer dietas que parecen castigos medievales. Va de encajar el entrenamiento en la vida real. Y la vida real, créeme, no entiende de rutinas perfectas de Instagram.
Lección número uno: adaptar el plan a la vida real.
Cuando Carlos intentaba entrenar 4 días por semana, lo único que conseguía era estresarse. Había semanas que lo lograba y semanas que no. Y cada vez que fallaba, se sentía como si hubiera suspendido un examen. El cambio clave fue decirle: “Oye, en vez de sufrir para cumplir, vamos a hacer solo 3 días… pero bien hechos”. Y ahí todo encajó. Tres sesiones completas, compactas, con fuerza, accesorios y metabólico. Si podía añadir un poco de carrera extra, estupendo. Si no, no pasaba nada. La diferencia fue brutal: dejó de sentir que fallaba y empezó a disfrutar.
Lección número dos: la constancia vale más que la perfección.
Carlos no perdió diez kilos, ni se sacó abdominales de portada, ni levantó 200 kilos en peso muerto. Pero ¿qué hizo? Estuvo doce semanas seguidas entrenando, sin abandonar, sin excusas, sin recaídas largas. Y eso, para alguien que antes empezaba y dejaba a la mínima, es oro puro. La perfección es para robots; la constancia es lo que te cambia de verdad.
Lección número tres: la progresión lenta pero estable evita lesiones y frustraciones.
Podríamos haber metido más caña desde el principio, sí. Más peso, más días, más todo. Y lo único que habríamos conseguido es que la rodilla de Carlos dijera “hasta aquí” o que su motivación se fuera al garete. En cambio, con una progresión conservadora, lenta pero constante, consiguió ganar fuerza, mejorar su cardio y perder grasa sin romperse ni física ni mentalmente. Al final, lo que más agradeció fue justamente eso: sentirse mejor sin lesionarse y sin tener que renunciar a su vida familiar y laboral.
Así que, si estás escuchando esto y te suena demasiado familiar la historia de Carlos —trabajo, familia, barriga de oficina, poco tiempo y mil intentos fallidos—, quiero decirte algo muy simple: se puede. No con fórmulas mágicas, no con dietas imposibles, no entrenando como un profesional del fitness. Se puede con un plan adaptado a ti, a tu vida, a tus horarios, a tus rodillas y a tu realidad.
Si quieres que trabajemos juntos para adaptar el entrenamiento a tu vida real, escríbeme. No te prometo abdominales de película en tres meses, pero sí te prometo algo mucho mejor: resultados que duren y un cuerpo que se sienta fuerte, ágil y tuyo.
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