En política, ninguno. Como no soy su amigo supongo que los tendrá en el terreno personal, pero no es relevante para un presidente del Gobierno, en este caso en funciones, o un candidato. En la otra cuestión, que es lo fundamental, su biografía demuestra que ni los tiene ni quiere tenerlos. Lo entiendo, porque su trayectoria ha sido muy atropellada. Es lógico que no se fie de nadie. La traición siempre deja una huella indeleble, aunque haga ver que ha concedido el perdón. Es algo que incluso puede no ser entendido o aceptado por su entorno más íntimo. La política no es un terreno para hacer amigos. No hay más que ver cómo los expresidentes rompieron con muchos de sus colaboradores. El caso de Sánchez es muy interesante, porque alcanzó el poder fruto de una tenacidad sin parangón. Fue expulsado de la secretaría general, humillado y condenado al ostracismo, pero regresó victorioso. Los que antaño le criticaban, desde dirigentes socialistas a periodistas, ahora son fieles sanchistas. Es interesante la humillación que sufrió en el Congreso del PSOE del que salió cabizbajo porque era el único del grupo de amigos al que no le habían dado ningún cargo. Me recuerda la frase de Scarlett O’Hara en «Lo que viento se llevó»: «Aunque tenga que matar, engañar o robar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre».