“¿Qué fue de los cantautores?”, (se y nos) preguntaba hace
unos años Luis Pastor, uno de los iconos de la canción de autor española en un
manifiesto que intentaba desgranar cuál ha sido la deriva, el impacto y la
necesidad de que compositores cargados con cosas que decir consigan hacerlo a
través de canciones. Mientras en España la última generación de cantautores de
gran alcance se sienta en talent shows a decidir quién merece permanecer en
antena una o dos semanas más; en América Latina se lleva años forjando una
línea de canción de autor absolutamente transversal, con capacidad de recoger
galardones y vender discos, pero también de dejar poso. Uno de esos nombres es
el del cubano naturalizado canadiense Alex Cuba, que demuestra con “Sublime” no
solo ser una suerte de médium entre el sonido de la canción de autor de la
trova cubana (nombres como los de Omara Portuondo o Pablo Milanés aportan sus
voces) y el neocantautorismo latinoamericano (Silvana Estrada, Alex Ferreira o
Kelvis Ochoa también asoman); sino que también firma un cancionero en cuyo
sonido se funden y confunden entre el jazz afrocubano, las conexiones con el
folk de autor norteamericano, la querencia tropi-autoril de Habana Abierta o
Carlos Varela y, sobre todo, la sensación de estar ante un compositores con
marca propia, un Silvio o Pablo para el Siglo XXI.