En mis cajoneras, en los
pendrives de hace más de diez años solo encontraréis virus, canciones a muy
baja calidad o fotos de las que arrepentirme. En las cajoneras que dejó Luis
Alberto Spinetta tras su muerte en 2012, los pendrives que se encuentren pueden
guardar algo más: obras maestras, por ejemplo.
Eso es lo que ha sucedido
con “Ya no mires atrás”, siete canciones que uno de los próceres del rock
argentino grabó entre 2008 y 2009, posiblemente en un momento difícil de
definir que sucedió entre la publicación de “Un mañana” y el épico
concierto-homenaje bajo la lluvia en el Estadio José Amalfitani denominado como
“Las bandas eternas”; y que, más de una década después, se convierte en la
última obra maestra de un artista tan líquido como perpetuo, tan indescifrable
como reivindicable, tan impredecible como clásico.
Lo que legó en una carpeta
de un disco duro es un disco que puede que en su momento no haya sido concebido
del todo así; pero que ha acabado sirviendo como un ejercicio póstumo que, más
allá de que pueda recibir críticas por tener cierto aire de oportunismo, sirve
casi como un manifiesto desde el más allá del carácter universal e imperecedero
de uno de los mejores y más indefinibles artistas que haya dado el globo
terráqueo en el Siglo XX.
La media hora de duración
de “Ya no mires atrás” pone de manifiesto esa arquitectura viva e impredecible
que siempre definió al Flaco: líneas abiertas, una poética enrevesadamente
abstracta y, sin embargo, increíblemente sensible, onírica y universal; estructuras
jazz-rock tan cerca del groove de D’Angelo o Aaliyah o A Tribe Called Quest
(con colaboración inesperada y sin acreditar formalmente en plataformas de su
hijo Dante, referente de la música urbana argentina y latinoamericana);
psicodelias abossanovadas a lo Seu Jorge o Novos Baianos; la recuperación de
una canción de la época de Spinetta Jade (“Nueva Luna, Mundo Arjo”); y esa
sensación que ha dado siempre la obra de Spinetta: de no encajar nunca en
ningún género ni generación, porque, mires donde y cuando mires, su espíritu
siempre estará.
Alan Queipo