En febrero de 1971, millones de espectadores observaban, con la mirada fija en el televisor, al norteamericano Alan Shepard en el recorrido de golf más apasionante jamás realizado. Alan, con un traje que reflejaba la luz del Sol con tal intensidad que saturaba la cámara, dejó caer la bola en el suelo, tomó su palo de golf – un hierro 6 -, y se preparó para realizar el “drive” más extraño de la historia. El estilo y el atuendo no eran los más adecuados para ese deporte. Sus manos estaban enfundadas en unos guantes gruesos e hinchados, el traje, abultado, incómodo y poco flexible, cubría todo su cuerpo, una escafandra cubría su cabeza y reflejaba el entorno con tonos dorados, ocultando la cara del jugador y sobre su espalda una voluminosa mochila completaba la estrafalaria vestimenta. Todo a su alrededor parecía un despropósito para un deporte tan elitista, pero, después de todo, el Alan Shepard no se ganaba la vida jugando al golf, era astronauta y tras él se levantaba la imponente figura del módulo de descenso lunar del Apolo 14. Así comienza el relato en el que Ulises nos cuenta cómo debe ser un traje espacial para sobrevivir en la Luna.