La desobediencia a Dios no sólo afecta a quien la practica, sino que sus consecuencias se esparcen hacia todas las áreas más sensibles de la persona. Es sólo a través de Cristo que podemos dejar nuestra rebeldía a un lado y estar en comunión y obediencia con Dios.

El desamparo espiritual y vivir en constante temor, son de las experiencias más desoladoras que el ser humano puede experimentar, no obstante, podemos ser librados de ese trago amargo mediante la obediencia a la palabra de Dios.

Dios es amor, pero también es un Dios de justicia, y toda justicia requiere de un castigo o corrección dirigida hacia aquel que ha cometido la infracción o violado la ley.

Dios tiene soberanía total sobre todas las cosas. Desde las más sencillas que damos por sentado, hasta las más complejas. Sacarlo de la ecuación sólo nos llevará a hacer esfuerzos vanos.

A pesar de la multitud de fallas y defectos que tenemos nosotros como seres humanos, el Dios del universo quiere tener una relación cercana con nosotros a través de Cristo Jesús y la obediencia a Su palabra. No es complicado, Él nos facilita los medios y lo hace todo nuevo.

La palabra de Dios está llena de tesoros y bendiciones de las que podemos disfrutar si tan sólo la ponemos en práctica. No se trata tan sólo de escucharla, sino que se trata de vivirla.

En esta tierra muchas veces creemos ser quién no somos, es decir, no tenemos los pies sobre la tierra. Sin embargo la palabra de Dios nos da la claridad de saber cuál es nuestra verdadera identidad y nuestra verdadera condición.

Aunque descansar no sea sinónimo de recibir el sustento, Dios nos quiere enseñar que en última instancia que la fuente de nuestra provisión no es nuestro afán, sino Su gracia.

Aunque nosotros paguemos a Dios con pecado sobre pecado, cada día el nos devuelve gracia sobre gracia, al darnos con cada día más de vida una nueva oportunidad de volvernos a Cristo y reconocerle como único Salvador personal.

Aunque no sintamos tentados a acomodarnos en este mundo, todo es transitorio y temporal. Nuestros sentidos y nuestras prioridades deberían estar enfocados en la eternidad que sólo podemos encontrar en Cristo Jesús.