Hoy nuestra historia nos lleva a una pieza de tela que ondean al viento y que, sin saber su nombre, lo intuimos por su simbolismo. Es quizá el elemento más útil para cohesionar, para unir, pero también para enfrentar.
Las primeras banderas, tienen su origen allá por el imperio persa, las legiones romanas fueron las primeras en utilizarlas en Europa a modo de estandartes, donde se solían representar, animales de fuerza como el águila o el león.
A las banderas se les empieza a dar una utilidad bélica, en los campos de batalla y en el mar, las banderas se utilizaban para identificar a los distintos ejércitos.
Esta concepción cambia a finales del siglo 18 y principios del 19 con la llegada de la Ilustración y el debilitamiento del absolutismo. Se empieza a desarrollar el concepto de nación más allá del gobernante. Y la bandera empieza a identificarse, no como la del rey, sino como la de los ciudadanos. A partir de ahora empiezan a ser todo lo que representa un territorio, desde una perspectiva contemporánea.
En el caso de Asturias se reproduce este mismo esquema, si bien no llegará a adquirir la condición de oficial hasta la promulgación del estatuto de autonomía, allá por 1981.
Las banderas son las señas de identidad de un territorio, son la encarnación de los valores que mantienen unida a una comunidad.
Sea como fuese la única bandera por la que merece luchar siempre será la blanca.