El señor J es un hombre de 33 años, mecánico, habitante de un cantón rural en el oriente del país y el único sostén económico de su hija y su madre. Fue capturado, como tantos, sin que se le ofreciera ninguna explicación. Sin embargo, debido a una grave enfermedad crónica, el señor J no fue admitido en ningún centro penal: pese a los esfuerzos de la policía por enviarlo como parte de distintas tantas de capturados, los doctores de las prisiones lo devolvían a bartolinas policiales por no contar con tratamientos médicos que garantizaran su supervivencia. Esto molestaba a los policías: cada vez que volvía lo castigaban por volver. Al cabo de 6 meses, la fiscalía admitió no tener ninguna prueba en su contra y fue liberado. El señor J cree que él fue víctima de una maniobra política que de alguna manera usó la injusticia cometida en su contra y su sufrimiento, para ganar votos.