Jesús fue claro: para Dios es importante que su pueblo tenga fruto. No se trata solo de asistir a la iglesia, sino de evidenciar una vida transformada: carácter, prosperidad, crecimiento, obediencia y una fe que produce resultados visibles.
Las parábolas revelan que hay quienes oyen, pero no escuchan; quienes empiezan con alegría, pero no echan raíces; quienes reciben la Palabra, pero la ahogan con preocupaciones, deseos y engaños. Y también están los que, con un corazón sano y obediente, producen cosechas de treinta, sesenta y hasta cien por uno.
Dios busca discípulos, no espectadores. Busca raíces, no apariencias. Busca corazones que permanezcan en Jesús, que se dejen podar, corregir y sanar… porque solo así el fruto llega, crece y glorifica al Padre.