¿Sabías que Jesús nunca juzgó a los fariseos? Él no los condenó, los confrontó.
Y esa diferencia lo cambia todo. Porque juzgar busca señalar y sentirse superior, pero confrontar desde el amor busca sanar, corregir y liberar.
Jesús no vino a imponer reglas humanas ni tradiciones vacías, sino a recordarnos que lo que realmente contamina al ser humano no es lo externo, sino lo que sale del corazón. Mientras los fariseos se preocupaban por la apariencia, Jesús miraba la intención.
Dios no busca perfección aparente, busca corazones sinceros.
El desafío es dejar de vivir para agradar a la religión… y empezar a vivir para agradar al Padre.