Parecía resistirse, pero finalmente Andrés Calamaro se
ha convertido en uno de esos artistas que ha acabado asumiendo que cualquier
tiempo pasado fue mejor; y que, aún a sabiendas de que va a ser imposible
mejorarlo (exceptuando, quizás, algún ramalazo de genialidad casi inesperada),
la mejor manera de seguir siendo él es convirtiéndose en una banda de versiones
de sí mismo.
Ese es el juego al que juega en “Dios los cría”, un recopilatorio
donde versiona algunos de sus clásicos (y no tan clásicos) junto con
prestigiosos nombres propios de la música española y latinoamericana. Por lo
general, artistas que ya peinan canas, con registros reconocibles y
relativamente estándar, y que iba a ser complicado que consigan llevar a un
lugar diferente sus canciones. O, como mínimo, a algún lugar impredecible.
Aunque hay algunas versiones que consiguen mejorar la
original (“Bohemio” junto a Julio Iglesias, “Jugar con fuego” junto a Raphael y
“Horizontes” junto a Fernando Cabrera, básicamente); lo cierto es que el grueso
de las versiones están dulcificadas, con el freno de mano puesto, e incluso con
un Calamaro relativamente contenido.
Hubiera sido una buena oportunidad para dar la
alternativa a artistas que él considere herederos de su registro (se
me ocurren nombres como los de Conociendo Rusia, por ejemplo), para que se le
devuelvan favores (se me vienen a la cabeza C. Tangana, por ejemplo) o para
explorar otros géneros (por muy arriesgado que sea, verlo colaborar con
iconos del trap, la electrónica, la nueva música tradicional o incluso el
reggaetón hubiera sido una buena oportunidad). Pero no.
Andrés Calamaro, como bien lo ha ido dejando claro con
sus ideas políticas, ha decidido ser más conservador que los conservadores en
su álbum. Ha pateado clásicos suyos como “Paloma” con
una bizarra versión que incluso se cambian palabras junto a Sebastián Yatra,
Leiva e Iván Ferreiro o “Flaca”, con un Alejandro Sanz fuera de la
canción; y ha llevado a la somnolencia el grueso de unas interpretaciones
que ni son de cantante melódico ni de crooner (los mejores ejemplos, las
ultra-lánguidas “Pasemos a otro tema”, “En un hotel de mil estrellas”, “Tantas
veces” o “Mi bandera”: todas sonando a piano-bar de cuarta regional).
Una oportunidad desperdiciada de sacar lustre a uno de
los repertorios más importantes y referenciales de la canción iberoamericana de
las últimas cuatro décadas.