¿Te has sorprendido buscando culpables para justificar tus decisiones? Desde Adán y Eva hasta nosotros hoy, el ser humano ha tenido la misma tendencia: evadir la responsabilidad, inventar excusas y culpar a otros por lo que hizo.
Dios sigue preguntando: “¿Qué has hecho?” No para condenarnos, sino para llevarnos a la verdad, al reconocimiento y al cambio. Asumir lo que hacemos con humildad es el primer paso hacia una vida libre de engaños, apariencias y victimismo.
Porque con Dios no sirven las excusas, solo un corazón dispuesto a decir: “Sí, fallé… pero quiero hacerlo bien.”