Siempre pensé que las pesadillas de mi infancia eran solo eso: sueños extraños y sin sentido. Pero cuando fui al bosque con mis amigos, me di cuenta de que esas reglas que parecían insignificantes en mis sueños eran más reales de lo que jamás imaginé. La primera regla era clara: nunca vayas solo al bosque de noche. No lo tomamos en serio, y ahora mis amigos están muertos. No sé cuántas reglas más existen, pero cada vez que cierro los ojos, las voces me las susurran, como si intentaran advertirme de lo que viene. Y sé que, tarde o temprano, romperé otra de esas reglas.