En este episodio me siento con Santiago Cruz, un artista que se ha reinventado más veces de las que uno se imagina. Hablamos de su infancia en Ibagué, del barrio Cádiz, de las tiendas de esquina donde compraba el periódico en pijama y de cómo la guitarra era símbolo de unión… y también de cierta soledad. Lo marcó la bohemia familiar, pero también el vacío de una figura paterna y el llamado —repetido y fuerte— de la música.
Pasó por el ejército a los 16, vivió el caos de Bogotá estudiando Finanzas (sí, Finanzas), cantó en bares, fue socio de El Sitio, uno de los bares más importantes de la ciudad, y aprendió que la noche, cuando no se tiene el alma en orden, se puede volver un abismo. Hablamos de adicciones, recaídas, centros de rehabilitación, y del trabajo profundo y valiente de sanar. La música, para él, no es búsqueda de fama, sino una forma de limpiar por dentro.
Santiago reflexiona sobre el éxito, la familia, el amor propio y el proceso —no siempre glamuroso— de estar bien con uno mismo. Hoy canta con la certeza de que lo hace desde un lugar sincero, sin miedo a la edad ni al juicio. ¿Qué significa tenerlo todo? Para él, es llegar a casa y sentir que ahí no tiene que fingir nada.