Iván Barrantes y yo no nos conocemos pero tenemos claro que nuestras afinidades son escasas, por no decir casi nulas. Eso no me impide reconocerle la astucia y el colmillo que desplegó ayer en su visita la la Asamblea Legislativa, donde se movió como anguila eléctrica en aguas tropicales. A pesar de que se trataba de un interrogatorio por definición incómodo, aquello fue más bien un café de chismes políticos digno de Giacomin. El hombre distaba de estar nervioso o inseguro, todo lo contrario, contestó todo lo que le preguntaron y si le hubieran dado dos horas más dos horas más hablaba sin reparo.