Sección del programa de Rpa "La radio es mía" que demuestra que la modernidad es algo que viene de antiguo. Emisión del 31/1/2022, decimosexta de la séptima temporada y segunda de las dedicadas a María Felicia García Sitches, La Malibrán.
Como es lunes, hoy hay Modernas de otros tiempos. Seguimos enfrascados con la familia García y hoy le sigue tocando el turno a la más recordada de la familia, María Felicia García Sitges. Quizás el nombre no les suene pero, aunque no les interese en lo más mínimo la ópera, seguro que alguna vez oyeron hablar de La Malibrán.
La semana pasada la dejamos recién llegada a Nueva York, mientras, con solo 17 años, se convertía en la primera diva de la ópera en América, la Signorina García. Pero la ópera, sobre todo como la entendía su padre, era un sacrificio constante y enorme y María llegó a odiar el teatro. Fue entonces cuando encontró una salida a la tiranía de la ópera y a la de su padre en casarse con un banquero francés que le sacaba 27 años que iba cada noche a cortejarla en su camerino, Eugene Malibran. Apenas 5 meses después de llegar a Nueva York, María se caso con el banquero y empezó a figuran en los carteles con el apellido de su flamante marido. Eran sus últimas actuaciones, pensaba, pero el marido le salió rana y le había ocultado que estaba arruinado y cargado de deudas. Por mucho que se excusara con aquello de «es el mercado,amigos», María se dio cuenta de que le había engañado y, en vez de abandonar las tablas, marchó a Europa a proseguir su carrera. El marido quedó en Nueva York a la espera de los sustanciosos honorarios con los que las óperas europeas recibirían a La Malibrán.
Sin cumplir los 20 años, La Malibrán era una desconocida en París, pero gracias a su amiga y excompañera en las clases de canto de su padre, la Condesa de Merlin, que consiguió que la escucharan los mandamases de la Ópera en una fiesta en su casa, María consiguió debutar en una gala en beneficio del cantante Galli. Su éxito fue tremendo y el director de la Ópera hizo todo lo que estuvo en su mano para contratarla, pero La Malibrán, a pesar de no tener un franco y ser desconocida, pasaba de cantar en la Ópera, ella quería cantar en el Teatro de los Italianos. Lo consiguió. Encima, con unas condiciones económicas bárbaras. Debutó cantando Semiramide de Rossini y ya no dejó nunca de triunfar en París.
Después llegó la temporada de Londres, la que todos los cantantes líricos esperaban. La Malibrán llegó con el propósito de reeditar su primer éxito profesional, el de su debut con El Barbero de Sevilla o el concierto con el castrato Belluti en 1824, y, a fé mía, que lo consiguió. Pero de eso hablaremos el próximo lunes.