Esta
semana hice un experimento:
escuchar (en alto, con el volumen del teléfono móvil a tope) el nuevo disco de
Lucrecia Dalt en distintos ambientes, en mi casa, paseando por la calle o por
un parque y sentado en una terraza. Las reacciones de la gente a mi
alrededor fueron de lo más dispares: muchas miradas de odio, en plan “no seas
maleducado y apaga ese RUIDO”, pero también indiferencia e incluso hubo
quien se acercó con evidente fascinación, cual abeja que flirtea con su panal
de miel.
En mis
propias carnes he digerido este ‘No era sólida’ con una amalgama de
sensaciones, dependiendo de mi estado de ánimo y del contexto de las escuchas: un día que estaba muy cansado
sentí cómo me agujereaba la cabeza, un auténtico taladro hurgando en mi
cráneo; otro día que tenía mucho trabajo por delante lo escuché por la
mañana y me pegó un chute de energía creativa, y en la mayoría de los casos,
cuando conseguía abstraerme, me llevaba a un estado de inspiración raro,
dejándome llevar por sus capas de sonidos.
Escuchar
a la colombiana Lucrecia Dalt es una experiencia parecida a la de acercarse al
cine de vanguardia o la pintura abstracta: habrá quien lo desprecie porque “eso no es arte”,
habrá a quien directamente le aburra o no le interese, y habrá siempre quien
quede atrapado por una obra que sale de los intestinos en su parte más
física (los ritmos que invitan al trance, las voces marcianas) y de las ondas
cerebrales del subconsciente en el espíritu mismo de la obra.
La
pretensión de la
artista colombiana (ahora residente en Berlín tras vivir un tiempo
en Barcelona, con formación como ingeniera civil) es contar la historia de
su alter ego extraterrestre: Lia, un ser que, según avanza el disco, va
siendo consciente de su estructura corpórea (de ahí los títulos de las
canciones: disuelta, seca, ser boca, espesa, revuelta) y termina con un
manifiesto de casi 10 minutos (‘No era sólida’) realmente evocador con resonancias
al cine de Andréi Tarkovski o las novelas de Philip K. Dick.
Una
obra que invita a viajar por los agujeros más inhóspitos del universo en esta
época de confinamientos físicos y mentales. Un paso más en el camino por la vanguardia del arte
contemporáneo que recorre desde hace años Lucrecia Dalt, una
figura radical cuya obra no busca agradar a una audiencia masiva
sino despertar reacciones. Su trabajo es todavía más arisco (y fascinante, para
quien logre engancharse) que el de otros transgresores de la nueva escena
electrónica como Holly Herndon, Oneohtrix Point Never y Laurel Halo. Su mirada
es la de quien se asomó al abismo y logró ver más allá.
José Fajardo