De un modo bastante similar (aunque diferente) a lo que
ha ido sucediendo con el reggaetón desde la expansión en países como Puerto
Rico por todo el continente americano; en el siglo XX era la cumbia ese
mosquito que partió desde países como Colombia y fue inyectando el delicioso y
movilizante picor del baile tropical por todo el continente.
En algunos países, como México, la cumbia comenzó a picar
con fuerza hacia mediados del siglo, cuando se comenzaron a articular distintas
corrientes de cumbia mexicana (cumbia norteña, cumbia sonidera, cumbia banda…);
mientras que en Argentina tardó algo más en calar, recién en la década de los años
’80 y, sobre todo, en los ’90 cuando comenzó a trascender el circuito tropical
para forjar iconos de la música popular de un país que parecía rechazar las
músicas tropicales y que acabó forjando géneros como la cumbia villera.
De ahí que este ejercicio que ahora presentan Los Ángeles
Azules, posiblemente una de las agrupaciones fundamentales para entender el
sonido de la cumbia mexicana de las últimas cuatro décadas; suene como una
suerte de reivindicación de la expansión de la cumbia en ambos países, fuera de
la dependencia y los códigos férreos de la cumbia colombiana o la chicha
peruana.
Casi como si la presentación de una postal se tratase,
Los Ángeles Azules siguen tirando del hilo de colaboraciones con artistas
populares del continente que iniciaron hace siete años con el recopilatorio “Cómo
te voy a olvidar”, que contaba con colaboraciones de ilustres artistas
contemporáneos como Lila Downs, Carla Morrison o Ximena Sariñana, entre otros.
Tras varios ejercicios por donde desfilaron nombres como los de Celso Piña, Toy
Selectah, Fito Páez, Miguel Bosé, Gloria Trevi, Natalia Lafourcade o Ana
Torroja, entre otros; ahora parece que han decidido convertir ese ejercicio
en un acercamiento itinerante al registro de artistas de distintos territorios,
empezando por Argentina.
De esta manera, llevan su repertorio más icónico (no
faltan clásicos como “Cómo te voy a olvidar”, “Mis sentimientos”, “20 Rosas” o “El
listón de tu pelo”) al registro de artistas de distintos perfiles, pero muy
conocidos en Argentina y fuera de sus fronteras. Así, el combo mexicano impone
un crossover necesario entre la tradición tropical mexicana y la argentina,
tratando de adivinar cuáles son los puntos comunes entre ambos movimientos y en
referentes que, en sus propuestas individuales, tienen y no que ver con la
música de baile latinoamericana.
Tanto cuando imponen alianzas con referentes de la movida
tropical argentina de los últimos veinte años (el rey de la cumbia villera Pablo
Lescano, el nuevo icono del cuarteto Ulises Buenos o los populares El Polaco o
Ángela Leiva) como cuando se acerca a referentes del folclore-pop (Soledad o
Abel Pintos), del mainstream más transversal (Lali o Marcela Morelo), de la
cultura rock (Vicentico), de la nueva canción alternativa (Juan Ingaramo) o con
iconos de la canción melódica de mediados del siglo XX (Palito Ortega), el
combo mexicano articula un repertorio de pop para todos los públicos conectado
desde el ritmo y los tics de la cumbia, y consiguen imponer un curioso y
necesario diálogo para entender que las venas abiertas de América Latina deberían
estar cada vez más unidas.
Alan Queipo