Se acaba el verano, bajan las temperaturas, llega el frío... y apetece cambiar la dieta. Dejamos atrás las frutas frescas, las ensaladas... ¡pero llegan las castañas! Están en España desde el siglo V, traídas desde Asia Menor, y durante cientos de años se mantuvieron como un alimento básico para muchos pueblos. Son una gran fuente de energía, así que eran perfectas para superar el invierno.
Elevadas casi a la categoría de religión en algunas comunidades españolas, con Galicia y alrededores como epicentro, no solo destacan por su sabor y por su cada vez mayor versatilidad en la cocina, sino también por sus propiedades. Están ricas, y además reducen el riesgo de enfermedades neurológicas, fortalecen los huesos, protegen el corazón...
En estas circunstancias, es normal que su consumo se esté disparando. Y si hay más consumo, hay más opciones de negocio.
Galicia es una potencia mundial en producción de castañas. La mitad de la cosecha nacional se da allí. Más de 20.000 toneladas cada año. La crisis provocada por la pandemia apenas ha inmutado al sector. Ahora en octubre empieza la campaña de recogida, que se alarga hasta enero. Y este año esperan volver a la normalidad.
En Galicia la recogida de la castaña representa mucho más que una tradición. Para un sector forestal en plena transición, representa una gran oportunidad con gran potencial.
¿Cuál es el camino? El de la profesionalización, para aprovechar más y mejor los soutos, y así favorecer la creación de empleo verde en el medio rural, ayudando a fijar población. Además, una plantación correcta los convierte en un potente cortafuegos, algo fundamental para una Comunidad que sufre siete de cada diez incendios en España.
Esa transición, ese impulso, llega sobre todo a través de la Indicación Geográfica Protegida Castaña de Galicia. Este organismo exige cambios para asegurar el futuro del sector. En este sentido, recuerdan que Galicia cuenta con unas 54.000 hectáreas pobladas con castaños, pero en gran parte de esas extensiones el fruto se queda en el suelo. Esto se debe a que en muchos casos se trata de minifundios de propietarios ya mayores, y que apenas recogen para el autoconsumo. Otros soutos, directamente, están abandonados, mientras que otros están en zonas montañosas de difícil acceso.
Estamos hablando de que hay hasta 30.000 hectáreas de soutos tradicionales cuyo potencial productivo está infrautilizado. Una situación que está haciendo perder unos 100 millones de euros al año por castañas que se quedan sin recoger. En definitiva, podemos decir que el sector castañero gallego funciona a medio gas, y genera un volumen de negocio de unos 100 millones de euros, que podría ser el doble. Exprimir su rentabilidad es la meta.
¿Cuál es la receta? El sector reclama tres aspectos. Por un lado, recuperar los soutos tradicionales con nuevos castaños de fruto, algo imprescindible, teniendo en cuenta que muchos árboles, plantados por los abuelos, tienen ya 50, 70 o 100 años, y su rentabilidad está muy mermada.
Además, piden mecanizar algunas tareas en los soutos que favorezcan una mayor productividad, y al mismo tiempo, introducir nuevas variedades más demandadas por el mercado, más productivas y más rentables, para favorecer esa profesionalización.
Por último, piden invertir en la promoción y divulgación de la castaña como materia prima en la cocina. Más allá de su consumo fresco, se utiliza para aderezar cremas, en guisos, en salsas o en postres.
Su consumo está despuntando en el extranjero, especialmente en países como Suiza o Japón, en lo que se presta mucha atención a la alimentación saludable. De hecho, hay que decir que la mayor parte de la producción gallega es exportada a más de 60 países.
Dedicarse a los castaños tiene sus retos. Por ejemplo, los propietarios de toda la vida tienen una mentalidad muy tradicional, y la cogen para consumo...