Durante el confinamiento duro, ese de la rutina de
interior, de ciertos rituales a horas concretas, de tareas inventadas para
acostumbrarnos a las nuevas costumbres, Teresa Parodi también tuvo una: armarse
playlists, ponerse los auriculares y caminar de un lado al otro de su casa.
Hay quien pueda pensar que el único paisaje que tenía uno
de los iconos del folclore argentino era el de su pijama, su sofá, las pelusas
de debajo de la mesa, la ventana que veía a cada vuelta; pero nada más lejos de
la realidad: el viaje que inició en aquellas selecciones musicales y paseos
domésticos la llevó a lugares conocidos, al recuerdo, a la reivindicación del ‘nosotros’,
a los cantos de rebeldía: fue el disparador definitivo de uno de sus mejores
discos en años.
Aunque aún no sabemos en qué momento hay que situar el “después
de” la pandemia, la que fuese durante más de año y medio ministra de cultura
del último gobierno de Cristina Fernández como presidenta argentina, sí que ha
encontrado un espacio temporal y, por qué no, psicológico: el naufragio global
que impusieron, y siguen imponiendo, los meses de pandemia.
La propia Parodi ha dicho en una entrevista reciente para
el periódico Página 12 que “en los momentos más críticos, los pueblos se
aferran a su identidad y resisten”. Eso es lo que ha encontrado la correntina
en estas nuevas once canciones que atraviesan géneros del folclore argentino
como la milonga, el chamamé o el rasguido doble, pero allanados desde un punto
de vista moderno, en parte gracias a la participación de dos alquimistas
del cancionismo moderno como Matías Cella y Manu Sija.
De ahí que las canciones surjan como apariciones en
medio de un naufragio. Hay un relato construido que, evidentemente, habla
de la incertidumbre, de la nostalgia, de cierta desesperanza; pero siempre alumbrada
por las cosas que nos unen, por la identidad latinoamericana, por lo que
deberíamos respirar. Un cancionero que habla tanto de nosotros que parece
premonitorio.
Alan Queipo.