Lo bueno de vivir adelantado a tu tiempo es que, si
vienen mal dadas, como en este 2020, tú ya estás pensando como si vivieses en
2030. Ese es el día a día en el que vive Hevi, el artista-productor-personalidad
más influyente de la música alternativa gallega de los últimos quince años.
Torrente creativo absolutamente transversal que, siempre
con un pie en una suerte de hip-hop que colinda el quejío, la psicodelia, la
spoken word y la caldeirada, no solo ha conseguido modelar el
sonido de propuestos elementales en el sonido de la música gallega underground
con proyectos como Malandrómeda, Fluzo, Juanito Broders o Fodi e Barbacona,
entre otros; sino firmar la producción de álbumes fundamentales del circuito,
como Novedades Carminha, Esteban & Manuel, FAIA, Néboa u Ortiga, entre
otros.
La personalidad de Hevi ha sido siempre esquiva con los
procesos naturales de la industria musical. Cuando había que dar conciertos, no
tocaba; cuando no había que editar vinilos, se los autoeditaba; y cuando tiene
que estar en plataformas digitales, no está. La misma genialidad que lo hace
proyectar su música fuera de todos los circuitos, nos presenta a una suerte de
rapero futurista con un poso poético y una percepción del realismo cotidiano
absolutamente magnético.
Como si de una mezcla entre Curros Enríquez y J Dilla,
entre Eduardo Pondal y ?estlove, entre Rosalía de Castro y Q-Tip se tratase,
Hevi regresa tras cinco años de silencio después de una de las grandes obras
maestras de la música estatal reciente (aquel álbum doble bifurcado que fueron “Os
corenta e oito nomes do inimigo” y “Cada can que lamba o seu carallo”) con otro
ejercicio doble bifurcado, ahora en forma de EP y con una separación de algunas
semanas entre ambos.
En “Animais da feira” va desde una suerte de
reconstrucción del “Freed from desire” por la vía del dub calenturiento (“Hoxe
dormes fóra”) a sacar la espada láser de la raptrónica (“Xigantes e cabezudos”),
un reggaetón lentísimo y más cerca de Cabaret Voltaire que de Daddy Yankee (“Galician
Edi Murfi”) o un loop de psicodelia tribal con vocación de hit (“Catro agullas para
una bolboreta”).
En “San Amaro” reedifica las posibilidades del loop del “One
more time” de Daft Punk para autotunear un medio tiempo con aires de bolero del
siglo XXIII (“Días libres”); consigue sonar como una mezcla de Laura Pausini y
un cantante de black metal militando en una orquesta de new wave (“Unha casa no
camposanto”); acercarse a una especie de lounge pop (“Nin barco nin ostias”); o
firmar una suerte de canción protesta por la vía de la comilona y la rapcodelia
marca de la casa (“Quero nécoras”).
Alan Queipo