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Existen personas en esta vida que no aprecian nada, y esa es su condena. Tienen gente buena cerca, pero los tratan como si fueran reemplazables o desechables. Y cuando por fin despiertan, ya no queda nadie esperando. Porque hasta la paciencia más noble se cansa. Hasta el corazón más leal se rompe.
Esa es la tragedia de los que no saben agradecer: lo tienen todo, pero actúan como si nada fuera suficiente. Pierden sin que nadie los traicione. Se quedan solos sin que nadie los abandone.
No fue el otro quien se fue, fue su indiferencia la que lo empujó. No fue el amor lo que se acabó, fue su falta de cuidado lo que lo marchitó. Y entonces lloran, pero ya no hay hombros. Buscan, pero ya no hay puertas abiertas. Porque la vida tiene una regla: lo que no valoras, se va. Y lo que ignoras, se cansa.
Pero para muchos, ese despertar nunca llega. Siguen creyendo que el mundo está en deuda con ellos, que merecen todo sin dar nada, y que el amor siempre tendrá prórrogas para ellos. Y entonces envejecen rodeados de gente que los tolera, pero ya no los ama. Recuerdan momentos, pero no tienen con quién compartirlos.
Eso es lo que ocurre cuando confundes presencia con permanencia. La gente se queda hasta que un fuckin’ día aprende a irse. Y si se van, te lo mereces.
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Existen personas en esta vida que no aprecian nada, y esa es su condena. Tienen gente buena cerca, pero los tratan como si fueran reemplazables o desechables. Y cuando por fin despiertan, ya no queda nadie esperando. Porque hasta la paciencia más noble se cansa. Hasta el corazón más leal se rompe.
Esa es la tragedia de los que no saben agradecer: lo tienen todo, pero actúan como si nada fuera suficiente. Pierden sin que nadie los traicione. Se quedan solos sin que nadie los abandone.
No fue el otro quien se fue, fue su indiferencia la que lo empujó. No fue el amor lo que se acabó, fue su falta de cuidado lo que lo marchitó. Y entonces lloran, pero ya no hay hombros. Buscan, pero ya no hay puertas abiertas. Porque la vida tiene una regla: lo que no valoras, se va. Y lo que ignoras, se cansa.
Pero para muchos, ese despertar nunca llega. Siguen creyendo que el mundo está en deuda con ellos, que merecen todo sin dar nada, y que el amor siempre tendrá prórrogas para ellos. Y entonces envejecen rodeados de gente que los tolera, pero ya no los ama. Recuerdan momentos, pero no tienen con quién compartirlos.
Eso es lo que ocurre cuando confundes presencia con permanencia. La gente se queda hasta que un fuckin’ día aprende a irse. Y si se van, te lo mereces.
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