A estas alturas ya está todo inundado de reflexiones, rumores, críticas y
comentarios de lo más variopintos sobre ‘Motomami’. Pese a esa saturación
informativa, nadie se ha preguntado una cosa: ¿cómo es posible que tantas
personas escuchen a Rosalía? Su propuesta tiene mucho más que ver con el arte
de vanguardia que con el
pop masivo y, sin embargo, alcanza a
una audiencia transversal y diversa. Es una noticia maravillosa y
tremendamente inspiradora que la barcelonesa de 28 años consiga que millones
escuchen una música tan original, arriesgada y repleta de matices, en absoluto
de consumo fácil.
Pongamos como ejemplo uno de los singles, ‘Saoko’: bajo esa apariencia
frugal y juguetona (“Saoko, papi, Saoko”) hay detrás un complejísimo
entramado en la producción, que incluye pasajes de free jazz, techno
fantasmagórico, bases como cuchillazos… Vamos ahora con ‘Hentai’, auto
parodiada por su autora en un admirable ejercicio de humor e inteligencia tras
las críticas que despertó la letra (“te quiero ride como a mi bike”): como
si fuera un chef de Estrella Michelín hilando en un mismo plato un cochinillo
con caviar, ella es capaz de mezclar una ráfaga de ametralladora junto a un
piano y hacer que suene coherente a través del milagro de su voz.
Más allá de los temas
diseñados para reventar cifras, en los recovecos menos mediáticos del álbum hay
canciones con una sensibilidad tan acongojante como ‘G3 N15’, una preciosidad que recuerda a su época intimista junto a
Refree circa ‘Los Ángeles’, su debut de 2017. O ‘Delirio de grandeza’, su
respuesta a ‘Un veneno’ de C. Tangana, en la que demuestra que su gran
cualidad es su faceta de esponja que absorbe e integra en su discurso (en su
arte) todo lo que le gusta sin perder su esencia: en este caso esa doble
realidad que se respira en ciudades en las que ha pasado los últimos años como
Miami o Los Ángeles: la música latinoamericana pero también la
cultura popular estadounidense, como el hip hop.
Quienes
pensaban que éste sería un disco consagrado al reggaetón no podían estar más
equivocados. Rosalía, como las grandes estrellas del arte, se adelanta a
lo que va a suceder, ve venir las tendencias antes de que lo sean, y muestra
aquí un compendio de cómo será la música del futuro: sin etiquetas, sensible
a la diversidad, con un giro en el foco hacia lo que antes eran las periferias,
y en una
continua búsqueda de la diferenciación, de lo que nos hace
auténticos, que en su caso es a través del flamenco.
Como ya decía en una
entrevista con Vanity Fair en 2017, antes de que explotara con ‘El
mal querer’ (2018): “Me siento flamenca y es algo que no va a
desparecer nunca. Significa tener este amor tan profundo por el género y
sentir que forma parte de mí. Seguiré profundizando pero no voy a dejar de
probar otras cosas, aunque no sea lo que haría una cantaora habitualmente. No
me importa romper esas ataduras”. Y vaya si las está rompiendo, está
machacando las ataduras junto
a los prejuicios de los que todavía se niegan a aceptar que las
cosas están cambiando.
José Fajardo