No sé cuántas veces puede reiniciarse un artista y seguir
sonando a él. El modus operandi que lleva imprimiendo Jorge Drexler desde hace
casi tres décadas, cuando compatibilizaba su trabajo como
médico y como cantautor en pequeños garitos de Montevideo, ha sido el de patear
su propio tablero disco a disco: ponerse una serie de límites que parten
siempre desde el reseteo, de ver qué piezas quedan en pie de su idiosincrasia
artística para reconstruirla y seguir siendo él.
Sucede una vez más en “Tinta y tiempo”, el regreso del
uruguayo residente en Madrid, un lustro después del exitoso “Salvavidas de hielo”.
Si en aquel álbum se había impuesto el límite de que el único instrumento que
suene sea una guitarra (ejerciendo de todo: de percusión, de bajo, exigiendo la
sonoridad de cada milímetro del nylon y el diapasón), en su flamante regreso
discográfico hay dos claros afanes: acercarse a ciertos yeites de la música
sinfónica, a la vez que también lo hay por mantenerse joven y conectando con
las nuevas derivas de las músicas populares.
En relación a esto último, su colaboración con C. Tangana
y su universo (que ya se había plasmado en “Nominao”, en el disco del madrileño;
y que generó también relaciones con Víctor Martínez o Alizzz), con la joven
estrella del pop israelí Noga Erez o con su propio hijo, Pablo Drexler, que
tras años estudiando producción y sonido en Londres ha arrancado una carrera en
solitario como pablopablo. Ahí quedan canciones como “Tocarte” (una de sus
canciones más explícitamente sexuales), “¡Oh, algoritmo!” (en la que lanza una
fiera crítica a la manera de consumir y asimilar la música en la actualidad) o “Bendito
desconcierto” (una oda de la asimilación del desconcierto al que están
acostumbrados a habitar tanto él como su compatriota Martín Buscaglia, que
colabora en el tema), por poner solo algunos ejemplos.
Sin embargo, y más allá de estas colaboraciones que abren
el universo y el registro de producción del álbum, su aliado ha sido una vez más
Campi Campón, con quien en varios de sus discos ha conseguido articular un
registro en donde Drexler se debate entre una producción minimalistamente
modernista, una canción de autor casi hablada que roza la spoken word y un
universo íntimamente conectado con ritmos populares, como se demuestra en
canciones como “Amor al arte”, “Tinta y tiempo”, “Corazón impar” o piezas como “El
plan maestro”, con colaboraciones como la de Rubén Blades.
Pero resulta especialmente estimulante ver esos
acercamientos cuasi sinfónicos, en una línea relativamente similar a la de
trabajos de Coque Malla como “El último hombre en la tierra” que plasma en
canciones como “Cinturón blanco”, “El día que estrenaste el mundo” o en tramos
de “Bendito desconcierto” o “El plan maestro”, en la que habitan varias
canciones dentro de esas mismas canciones. Veremos dónde lo lleva el próximo
reseteo a uno de los compositores y cantores más importantes de las últimas décadas.
Alan Queipo.