Es una putada cuando a un grupo que a un grupo que
empieza a dar sus primeros pasos con el objetivo de divertirse se le empiezan a
poner objetivos desde fuera. A Carolina Durante les pasó eso casi desde la
primera nota de la primera canción: que si eran el grupo que representaba a una
generación; que si iban a ser los que salvarían el rock y la música de
guitarras en tiempos de expansión de la música urbana; que si cada uno de sus
singles era infalible; que su debut era un álbum de culto instantáneo…
Una losa pesada la de ese tonel de sambenitos que es
normal que la banda en algún momento se creyese, y que se viesen obligados a
trazar grandes objetivos, dada la expansión acelerada que estaba teniendo el
proyecto. La pandemia, por un lado, no les vino bien, porque las canciones que
publicaron en 2020 pasaron algo desapercibidas y el foco dejó de estar tanto en
ellos y la capacidad de venta del grupo se estabilizó; pero, por otro, es
una suerte que Carolina Durante no sean esos superhombres a los que aludía
Nietzsche: eran una banda de cuatro chavales cuyo objetivo inicial era
divertirse y cantar sobre las cosas que les interpelaban.
Casi como reivindicación y como la mejor manera de autodefinirse
más allá de géneros, hypes y tendencias, Carolina Durante son esos “Cuatro
Chavales” que hacen música de guitarras: rock eléctrico, con un marco de
referencias que sigue basculando en el rock ochentero de la Movida pero que
también guarda relación con el sonido de bandas como Crocodiles, TPOBPAH o
Cloud Nothings.
No escucharéis ningún experimento vanguardista, ningún
cambio de tercio con lo que conocíamos de su sonido, ni ningún giro de guion
que nos haga pensar en “los nuevos Carolina Durante”. No los hay porque no los
tiene por qué haber: hay una banda de rock haciendo canciones en
la misma línea que todas y cada una de las canciones que fueron presentando
desde sus primeros singles a finales de 2017. Un grupo que hace acopio de
una sencillez sin presiones ni megalomanías innecesarias.
Lo que sí hay es un repertorio de una frontalidad
avasalladora, con un Diego Ibáñez en su mejor momento como letrista. Tanto
cuando hace una radiografía sarcástica y autocrítica de lo vivido en estos años
como banda (“Tu nuevo grupo favorito”) como cuando le tira un dardo envenenado
a algún habitante de la Malasaña cool (“Famoso en tres calles”), cuando berrea
desde la esquina más ultraviolenta de su registro (“Aaaaaa#$!&”), cuando canta
desde la tristeza más bajonera en un guiño casi-emo (“Yo soy el problema”) o
cuando lanza una metáfora sobre la deriva de las relaciones estancadas (“La
planta que muere en la esquina”), estos cuatro chavales suenan más honestos
y necesarios que cuando se les intentó tatuar la frase “salvadores del rock” en
la jeta.
Alan Queipo.