Desde que Diego El Cigala descubriese que su cante tenía
mucho más peso y era mucho más jondo cuando entraba en diálogo con otra
tradición musical, sobre todo latinoamericana; el cantaor madrileño se
convertiría en lo que años atrás había sido Julio Iglesias para España: una suerte
de Willy Fog del cante flamenco, sino también en uno de esos relatores
absolutamente necesarios para entender los cantes de ida y vuelta, la
conexión entre la cultura española y la latinoamericana y en un médium
mayúsculo para que las fronteras, cuando se trata de música no existen.
Lo demostró con aquel histórico “Lágrimas negras” que se
convertiría en un álbum fundamental de la música popular en todo el mundo:
aquel diálogo junto a Bebo Valdés en la que el latin jazz y las cadencias
afrocubanas se fundían con uno de los cantes más salvajes del flamenco
contemporáneo. Luego haría excursiones a Argentina, tanto para rondarle al
tango (en “Cigala & Tango”) como a la música folclórica de dicho país (“Romance
de la Luna Tucumana”, donde incluso hace un dueto junto a Mercedes Sosa); y su
último viaje sería al Caribe, donde el flechazo con la salsa se materializó en “Indestructible”.
Ahora, el viaje del Cigala es hacia México, uno de los
semilleros de canciones melódicas más transgeneracionales y universales de la
historia de la música popular. El propio cantaor confiesa
que recuerda escuchar en su casa canciones como “Perfidia” o “Soy lo prohibido”
en las voces de cantaoras como Dolores de Córdoba o Adela La Chaqueta. Un viaje
en el que se hace acompañar por algunos de los grupos que mejor representan el
sonido de la música melódica mexicana, de la ranchera y el bolero al son
jarocho o el sonido mariachi: el Trío de Chucho Navarro Jr., La Sonora
Santanera, Los Macorinos, el Mariachi Vargas y el Mariachi Gamma 1000.
Navarro Jr., La Sonora Santanera, Los Macorinos, el Mariachi
Vargas y el Mariachi Gamma 1000.
El Cigala no se complica en el repertorio: escoge clásicos
universales paridos del puño y la letra de Armando Manzanero, José Alfredo Jiménez,
Agustín Lara, Javier Solís o Chavela Vargas. Saca matrícula cuando se acerca
al tumbao jondo (“Bésame mucho”), cuando suena rumbero y herido (“De qué manera
te olvido”), cuando suena a cantante melódico de rango profundo (“Cenizas”),
cuando recuerda a la producción de Javier Limón en “El Cantante” de Andrés
Calamaro (“Si tú me dices ven”), cuando se pone salsero y bailón (“Perfidia” o “Verdad
amarga”); y, aunque nunca llega a desentonar, no consigue hacer suyos retos
especialmente difíciles y muy reconocibles (“Se me olvidó otra vez”, “Somos
novios” o “La media vuelta”).
Solo queda preguntar: Cigala, ¿cuál será el próximo destino?
Alan Queipo