Se nos va de ojo que mirar al infinito nos sitúa más allá del límite de la mirada, y la metáfora que utilizamos para evadirnos de una situación ingrata o aislarnos de la circunstancia, cuando tenemos que tomar una decisión importante.
Mirar al infinito no es mirar a la nada que es el vacío que define la inexistencia de todo ser u objeto, que nos desasosiega y que usamos como alegoría cuando no queremos confesar aquello en lo que estamos pensando.
Frente a la inexistencia de la nada, que por serlo no se puede pensar ni sentir, mirar al infinito nos hace imaginar que, aunque no lo veamos, está ahí, en algún lugar del cosmos. Por eso, su infinitud nos tranquiliza porque hace verosímil la ensoñación de que, de algún modo y más allá de nuestro fin carnal que nos aguarda, nuestra vida también es infinita. ¡Que no se te vaya de ojo!