Cuando reprimes una emoción, ¿qué pasa realmente en tu cuerpo?
El origen de la emoción en el cerebro
Las emociones nacen principalmente en estructuras subcorticales:
Amígdala: detecta amenazas o estímulos significativos y dispara respuestas rápidas.
Hipotálamo: coordina respuestas autonómicas (frecuencia cardíaca, presión arterial, sudoración).
Ínsula: conecta las sensaciones viscerales con la experiencia consciente de la emoción.
Normalmente, estas señales ascienden hacia la corteza prefrontal (CPF), que interpreta y regula la respuesta.
2. ¿Qué ocurre cuando reprimimos una emoción?
La represión implica un acto cortical consciente o semiconsciente:
La corteza prefrontal dorsolateral y la corteza cingulada anterior activan circuitos de control inhibitorio, intentando suprimir la respuesta emocional originada en la amígdala y otras áreas límbicas.
Esto no elimina la emoción; la descarga fisiológica (aumento de adrenalina, tensión muscular, liberación de glucosa) sigue ocurriendo, solo que se “contiene”.
3. Consecuencias fisiológicas
Tensión muscular crónica: sobre todo en cuello, mandíbula y diafragma, ya que el cuerpo “se prepara” pero no ejecuta la acción emocional.
Patrones respiratorios alterados: se reduce la amplitud y la regularidad de la respiración, afectando la oxigenación y el equilibrio del sistema nervioso autónomo.
Hiperactivación del sistema simpático: aumento de cortisol y adrenalina, lo que a largo plazo afecta la inmunidad, la digestión y la calidad del sueño.
4. Impacto a largo plazo
Somatización: el cuerpo “habla” por donde no puede hacerlo la emoción, apareciendo síntomas como gastritis, dolores musculares o migrañas.
Desregulación emocional: la amígdala se vuelve más reactiva con el tiempo, ya que el circuito de inhibición no resuelve la carga emocional, solo la posterga.
Cambios estructurales: estudios de neuroimagen muestran que la represión crónica puede alterar la conectividad entre la amígdala y la corteza prefrontal, disminuyendo la capacidad de regulación sana.