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Mira… hay historias que te parten, pero también te reconstruyen. Historias que, sin tú buscarlo, se te meten en el pecho y te cambian la mirada. Esta conversación con Miriam Gimal es una de esas. No solo porque es fuerte, honesta y profundamente humana, sino porque también es una lección de vida de esas que uno no se olvida.
Miriam es mamá de Raquel, una de sus hijas gemelas, diagnosticada con autismo severo a los 18 meses. Y no es cualquier diagnóstico: fue una sentencia, prácticamente. Le dijeron que Raquel nunca iba a ser independiente, que no iba a hablar, que lo mejor era internarla cuando ella ya no estuviera. Imagínate eso. Te dicen eso sobre tu hija. Pero Miriam no se quedó paralizada. Y aquí es donde la historia cambia. Porque ella decidió moverse. Decidió buscar, leer, formarse, preguntar, llorar, dudar... pero nunca parar.
Y en esa búsqueda, no solo encontró respuestas para su hija, sino que abrió un camino para miles de familias más. Fundó centros en diferentes países, diseñó un protocolo propio (sí, propio), creó un podcast, compartió herramientas, armó comunidad. Lo que empezó como una desesperación solitaria, terminó siendo una red gigante de apoyo y conocimiento. Todo eso, desde el amor. Desde la rabia también, sí, pero una rabia que construye.
Hablamos de todo. De ese momento donde te das cuenta que ya no te sirve preguntarte “¿por qué a mí?”, sino “¿para qué a mí?”. De cómo los médicos te dicen que no hay nada que hacer, y tú igual te lanzas a buscar agua mágica si es necesario. Porque por un hijo, uno hace lo que sea. Y Miriam lo hizo todo. Improvisó, metió la pata, se endeudó, se arriesgó… hasta que descubrió que había mucho más por hacer de lo que el sistema decía.
Descubrió que el autismo no es solamente una condición neurológica, como se repite tanto. Que hay una raíz médica, profunda, sistémica. Que el intestino, la microbiota, la alimentación, el entorno, todo está conectado. Que cuando el cuerpo sana, el cerebro responde. Y que no hay que quedarse solo con un diagnóstico. Porque un diagnóstico no es un pronóstico.
Y lo más hermoso de todo esto es Raquel. Hoy tiene 16 años. Y es una adolescente maravillosa, auténtica, divertida, que pide UPA, se maquilla, quiere viajar, quiere novio, quiere comerse el mundo. Y yo no podía dejar de pensar, mientras hablábamos, que ella y Miriam son un equipo. Un equipo que se escogió para enseñarnos que sí se puede. Que cuando no hay caminos, una los puede inventar.
Gracias, Miriam, por tu valentía. Y por convertir tu historia en luz para tantas otras. Porque, como siempre decimos por aquí… esto lo hacemos, sí, en defensa propia.