A 50 años del golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende, todavía hay sectores de la sociedad chilena que se niegan a aceptar los hechos. Un negacionismo que está presente en los medios, en los debates públicos y que cuestiona tanto el lugar que se le quiere dar a este aniversario, así como la narrativa oficial del gobierno de Gabriel Boric.
Reportaje de nuestra corresponsal en Santiago de Chile, Yasna Mussa
“Yo justifico el golpe militar. Me habría gustado que fuera un gobierno autoritario muy corto, que se hubiese restablecido la democracia rápido, pero creo que íbamos por un camino muy peligroso para el país”, decía hace uno meses el diputado Jorge Alessandri, militante del partido de derecha Unión Democrática Independiente, en una entrevista con Radio Futuro
Esta mañana, lejos del Congreso, en la Villa Portales de la comuna de Estación Central, en Santiago, dos amigas conversan en medio de una cancha de fútbol que comparten los vecinos. Este fue un barrio emblemático durante los años de la Unidad Popular de Salvador Allende y que vivió una fuerte represión durante la dictadura.
Alicia Cortez, de 71 años, dice que ella es parte de la excepción. Cree que el golpe no fue un hecho traumático para el país, sino que un acto necesario por el contexto que se vivía
“Había un grupo de personas que, como estábamos conformes con el pronunciamiento militar, nosotros no supimos nunca de las cosas que pasaron, de los detenidos desaparecidos. No supimos de los allanamientos. No supimos de nada. Hasta muchos años después. Para nosotros eso no existía. ¿Y ahora? Y ahora uno lo ve como una película. Al menos yo lo veo como una película. Como que aquí nunca pasó”, cuenta a RFI.
Para Cortez, la incertidumbre que se vivía en aquellos días, la escasez de productos de primera necesidad y la tendencia política de Salvador Allende generaron un escenario propicio para el golpe de Estado. Alicia no sólo reivindica la dictadura de Pinochet, sino que incluso añora aquellos años.
“Yo en la época de Augusto Pinochet, como presidente de la República, viví una muy buena vida. Y después esto de la democracia, de los presidentes en algunos buenos, y ahí empezó de nuevo la efervescencia del odio, sobre todo con Michelle Bachelet”, se queja.
Para ella había una estabilidad que hoy no existe. “Estaba ordenado, la economía estaba buena, teníamos oportunidades todos”.
Alicia Cortez siente distancia de los discursos sobre derechos humanos y memoria. Dice que prefiere dar vuelta la página. “Yo lo único que quiero es paz y amor en mi país. Yo respeto las ideas de algunas personas, pero esa confrontación que arman todo el rato, que los detenidos desaparecidos…”
Critica el lugar que ha tomado la conmemoración de este 11 de septiembre, especialmente con los 50 años del golpe de Estado. No esconde su indiferencia. “Mira, yo creo que han hecho de los derechos humanos un festival aquí en Chile. Yo no tenía idea. No me interesaba tampoco”, agrega.
Su amiga Nancy Marchant comparte su opinión y dice que el derrocamiento del gobierno de Salvador Allende estaba justificado. “¿Por qué esa alevosía, esa rabia, ese rencor tan grande para celebrar 50 años, el dedo en la llaga siempre?”, se pregunta.
Del otro lado de la avenida, en el jardín de la Universidad de Santiago de Chile, la USACH, un grupo de jóvenes estudiantes de primer año de periodismo conversa sobre la importancia de este mes, de este año y se sienten distantes de visiones como las de Nancy o Alicia.
A Vicente Núñez le preocupan los discursos de negacionismo que circulan. “Realmente me parece trágico. Me parece trágico que actualmente, ya con todo lo que ha pasado ya 50 años, se siga tratando de esconder la verdad como tapar el sol con un dedo, básicamente. Ya se sabe tanta información, otros países también han hablado de este tema y que no salga algo parecido a otros países. Por ejemplo, yo siempre pienso en Alemania. En el caso del régimen nazi no sé, algo parecido”, explica a RFI.
Su compañera de carrera, Paula Álvarez, profundiza en el origen de los discursos que relativizan lo ocurrido en 1973. “Creo que también tiene que ver con el tema de la educación, quizás porque, claro, nosotros que estamos en un ambiente que tiene historia con el asunto de la dictadura, con el lado de los trabajadores de izquierda, todo eso, pero a nivel general, a nivel Chile, tal vez no nos hemos puesto las pilas sobre educar realmente lo que fue el golpe. Y también que se permitan discursos negacionistas en televisión, en política, que se permita que haya gente que diga que fue necesario, que haya gente que diga que Pinochet salvó la economía. Creo que eso influye igual en la opinión de las personas y también lo que pasa con los votos de castigo a ciertos sectores políticos, como están descontentos con la izquierda que está gobernando, su forma de castigo es decir ah, no, Pinochet lo hizo todo bien”, analiza.
Paula dice que se trata de discursos que obedecen también a un trauma. “Hace no mucho tiempo, en las clases de historia no nos hablaban de dictadura, el gobierno se acababa en 1973, se acababa la historia de Chile. Era una cosa que se justificaba y también por la época que vivían, por toda la violencia que había, esas personas aprendieron a normalizar la violencia y a justificar el ‘no hay que poner orden, no hay que matarlos a todos, así se arregla todo’, pero en realidad eran personas que vivían con miedo de lo que les podía pasar. Es como un síndrome de Estocolmo, yo diría que Chile tiene síndrome de Estocolmo, sobre todo las personas mayores que fueron niños o bebés, incluso cuando fue el golpe de Estado, es la única forma que conocieron de imponer autoridad o de hacer sociedad, básicamente”’ añade.
Natalia Olguín, también estudiante de periodismo en la USACH, recuerda una experiencia que tuvo entre los 10 y 12 años, cuando visitó Villa Grimaldi, uno de los mayores centros de detención y tortura durante la dictadura militar. Una visita que fue iniciativa de dos de sus profesores y que marcó su vida. “Lo que yo propondría para la educación es como que vayan a estos lugares, cuenten la historia para que haya un cambio porque si nosotros, si los estudiantes y los niños más chicos no saben la historia, no se va a poder nunca generar el cambio”, dice.
Pero, ¿qué ha pasado en Chile para que aún existan versiones que ponen no sólo en dudas los hechos, sino que reivindican lo ocurrido?
Una tarde de lluvia fuimos al Instituto Nacional de Derechos Humanos para preguntarle a Jorge Lagos, un sociólogo que se desempeña como analista operativo en la Unidad de Estudio de Memoria y que ha estado trabajando en los últimos meses en el capítulo de 50 años del golpe. Para Lagos el negacionismo está lejos de ser un fenómeno nuevo.
“No sé si es un resurgimiento del negacionismo, yo creo que el negacionismo ha estado instalado, quizás hoy en día, en este año en particular en que se conmemoran 50 años, quizás la discusión sale mal a la luz, pero es un fenómeno que ha estado presente desde el inicio de la democracia”, nos aclara.
Aquel período oscuro de la historia de Chile cuenta con un amplio registro de atrocidades cometidas por agentes del Estado. De acuerdo a los antecedentes entregados por el ministerio de Justicia y los informes elaborados por las distintas Comisiones de Verdad, la cifra total de víctimas calificadas oficialmente es de 40.175 personas, incluyendo ejecutados políticos, detenidos desaparecidos y víctimas de prisión política y tortura. Luego del fin de la dictadura, en 1990, el país ha tardado en avanzar hacia una política de reparación de las víctimas. Esta tarde Marcia Tijero, analista de la unidad de estudios y memoria, repasa junto a su colega del Instituto Nacional de Derechos Humanos las razones que llevan a relativizar lo ocurrido durante los años de Pinochet. Cree que el proceso de la justicia transicional nunca acabó bien.
“Yo creo que todos están frágilmente cumplidos, verdad y justicia, reparación, también muy frágil, pero definitivamente el principio de no repetición y de memoria histórica no se cumplió”, considera.
Para Tijero estos incumplimientos han facilitado los discursos que relativizan lo ocurrido durante la dictadura cívico militar. “¿Y qué significa esto? En el fondo que no hay un proceso social de conocimiento de la verdad, hay una sociedad que reconoce lo que sucedió, lo elabora, hace una memoria de ese proceso y se compromete a una cosa de no repetición, y ese rol del Estado. Y ese proceso nunca se cumplió cabalmente. Y eso significa que quedan heridas, los culpables no se sienten responsables, se puede dar lo que se está dando ahora, que no se dio al principio del fin de la dictadura, que es la relectura de la historia y de los acontecimientos”.
La UNESCO define el negacionismo como una forma de borrar la memoria de las atrocidades cometidas, lo que puede fomentar la repetición de tales crímenes en el futuro.
Marcia y Jorge concuerdan en los factores que han favorecido este escenario y que el origen está en la forma en que Chile vivió la transición en los primeros años de democracia.
“Porque en el fondo el fin de la dictadura, el inicio de la democracia es una cuestión que también funcionó muy en torno a un pacto. Una lógica de pactar cosas. Claro, porque eso fue un pacto, no fue un triunfo, sí ese es el punto central. Y, además, aunque hubiera sido un pacto, una vez en el poder, la Concertación podría haber aspirado a más. Y no lo hizo”.
Jorge Lagos considera que el Estado de Chile tiene una deuda en esta materia “Si uno mira las recomendaciones, por ejemplo, del organismo de tratado, las recomendaciones del mismo INDH en esta materia, hay un porcentaje muy bajo de cumplimiento. De parte del Estado. Sí, por ejemplo, si analizamos por materia, en justicia, solamente el 10% de las causas por violación de derechos humanos tienen una sentencia y el 95%, por ejemplo, de las causas de tortura no han llegado a esa etapa, a esa etapa de cierre”, denuncia.
La falta de acceso a la información también es otro factor. “En materia de verdad, por ejemplo, hoy en día aún estamos con un secreto de 50 años de lo que es el archivo Valech, que es información importantísima que, en Chile, por ejemplo, considero que es preocupante que no tengamos una ley de archivos sobre lo que ocurrió, que pueda ser disponible, que pueda ser consultada por la ciudadanía”.
Jorge Lagos se lamenta de que en Chile ni siquiera hay una ley de sitios de memoria, sino que son nombrados como monumentos históricos. Desde 2018, según datos del ministerio de las Culturas y las Artes, ha habido 110 ataques a sitios de memoria.
Una escasez de presupuesto y apoyo que la socióloga Carmen Pinto conoce bien. Hoy recorre los pasillos de la ex Clínica Santa Lucia, un centro médico que operó como espacio de tortura también durante la dictadura y que hoy se encuentra en un muy mal estado de conservación. Para quien pasea por el frontis es difícil adivinar que, en esa antigua casa construida en 1934, ubicada a un costado del Cerro Santa Lucía, se encuentra un sitio de memoria que hoy alberga a la comisión nacional de derechos humanos.
Carmen Pinto revisa las fotografías de detenidos desaparecidos que pasaron por acá y ve con preocupación el nivel de alcance que tiene el negacionismo.
“Muchos lo justifican, que era una necesidad porque se creó un caos. Es cierto que hubo un caos, pero nunca se ha dicho por qué se creó ese caos. Si no queremos reconocer lo que sucedió en Chile, veamos los documentos desclasificados de la Comisión Church de Estados Unidos, por ejemplo. Eso no lo está diciendo ningún chileno”, afirma.
Pinto, que tiene un magíster en Historia y Memoria de la Universidad de La Plata, cree que en Chile hace falta entender la magnitud de los hechos y comprender los conceptos. “El problema es que no vamos a poder nunca construir un futuro si no solucionamos ese puente que hay entre el pasado, presente y futuro”.
Carmen Pinto dice que lo primero es reconocer lo que sucedió. “El bombardeo de la Moneda no es imaginario, sucedió, y eso no es un acto político, es un acto de delincuencia. Las torturas sucedieron. Va a pasar lo mismo ahora. Claro, cuando vino el estallido fue como un retorno a lo siniestro, a lo que ya habíamos vivido. Fue un regreso a la memoria, pero de manera brutal. Pero como esto nunca se ha tratado bien en Chile, yo creo que Chile como sociedad tiene un trauma, un trauma”, concluye.
La historiadora cree profundamente en que después de reconocer lo que sucedió, hay que hacer justicia. Decir la verdad. Conmemorar. Asegurar un Nunca Más. Luego queda sanar.